El 20 de diciembre se celebra el Día Internacional de la Solidaridad Humana, conmemorándose ya desde hace 14 años, y con la idea de que los más desfavorecidos reciban ayuda de todo aquél que pueda darla. Este año, con todo lo que está pasando, precisamos de mucha más solidaridad que en otras épocas anteriores.

La solidaridad se basa en ayudar a alguien en una situación complicada sin esperar nada a cambio. Pero realmente sí recibimos algo, y es la satisfacción especial por apoyar a otra persona. Todos habremos sentido esa sensación o una envidia “sana” al ver que otro ha hecho una labor solidaria y se siente bien, y tú quieres sentirte igual. Gracias a nuestra forma de ser, todos somos capaces de ser solidarios.

Como dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos, «Todos los seres humanos llevamos innato el gen de la solidaridad, diferente es cómo éste se traslade a la sociedad». Esto nos confirma que tanto el amor, como la felicidad, la solidaridad, etc. están ahí siempre, desde que nacemos. Está precisamente en el cerebro, «las personas más dispuestas a ayudar registran una actividad mayor en la amígdala del cerebro», afirma un estudio del Instituto de Neurología de la Universidad de Tamagawa, confirmando también que toda esta solidaridad se puede aumentar gracias a la empatía.

Elsa Punset, una reconocida filósofa y escritora, defiende que “las personas tienen empatía desde su nacimiento, cuyo grado empático se regula por imitación de los padres”, y que considera que gracias a esa cualidad humana, la especie ha evolucionado tanto.

El problema llega cuando nos damos cuenta de que la palabra solidaridad está perdiendo su sentido más profundo. Aunque tenga que ver con la empatía no es lo mismo: la solidaridad se basa en la empatía, pero también se basa en muchas cosas más, como la justicia y el tema de los derechos humanos y la paz. Cada pequeño acto cotidiano debería reflejar nuestro compromiso con el bienestar del otro.

No puede ser, y sobre todo este año, que se aplauda un acto solidario que debería ser completamente cotidiano, como por ejemplo, tomarse tres minutos para lavarse las manos bien. Es algo solidario porque lo hacemos sin recibir nada a cambio, simplemente por ayudarnos a nosotros mismos y al resto, pero en la situación en la que estamos, ese acto debería ser obligatorio y no la excepción.

El gran problema es que esta crisis está siendo la justificación para muchos actos de insolidaridad, porque se habla de solidaridad ante la crisis, pero hay que hablar también de crisis de la solidaridad, ya que la pandemia ha generado al mismo tiempo grandes reacciones insolidarias.

Aún estamos a tiempo de cambiar. Siempre nos han dicho que tenemos que sacar el mejor lado de nosotros mismos, que tenemos que mejorar día a día para que el mundo sea mejor. Esta vez, cuando veas un acto solidario y te salga esa “envidia sana”, no te quedes pensando que lo deberías hacer y hazlo, actúa, por ti y por los demás.