Todo comenzó un día frío de invierno cuando me encontraba en el pueblo de mis abuelos. Allí hay pocas cosas para entretenerse y lo que solemos hacer es sentarnos cerca del hogar, escuchar la radio o charlar y merendar chocolate caliente con pan tostado que prepara mi abuela.

Aquel fin de semana no podíamos escuchar la radio porque hacía semanas que las nubes cubrían el cielo y las placas solares no podían alimentar las baterías. En ese momento se me ocurrió preguntarles a mis abuelos qué hacían en días así cuando eran jóvenes. De inmediato mi abuelo se echó a reír y le transmitió la pregunta a mi abuela; ella también sonrió llena de complicidad.

Yo, impactado, les pregunté por qué se reían y mi abuelo por fin comenzó a hablar:

-¡Ay, hijo mío! Si tú supieras… cuando éramos jóvenes nada era así. ¿Tú crees que teníamos que pensar si había suficiente energía para cualquier cosa? ¿Sabías que podíamos viajar donde queríamos? Incluso con aviones.

-¿Qué dice, abuelo? ¿Me quieres decir que siempre funcionaba la radio?

-Sí, pero no solamente eso. Teníamos muchos más aparatos eléctricos en casa. Teníamos microondas, neveras, congeladores, ordenadores, lámparas por toda la casa.

-¿Qué es eso de la nevera?

-Ah, claro. Tú no las has visto funcionar. La nevera era un aparato donde se podía guardar comida durante semanas para que no se echara a perder.

-Pero lo que no he acabado de entender es, -insistí- ¿cómo esos aparatos tan grandes podían funcionar? Debían consumir mucha energía.

-La respuesta es fácil, muchacho. El petróleo. Con él lo hacíamos todo. Para tener energía ilimitada sólo había que quemarlo. Parecía fácil; pensábamos que duraría eternamente pero no fue así. Un buen día, todo terminó. Se acabó.

-¿Cómo era el petróleo?

-El petróleo era una roca formada a partir de restos orgánicos en el interior de la tierra. Era negro y viscoso. Y con él se fabricaban plásticos, carburantes, fibras textiles…

-Y ¿por qué ahora no seguimos aprovechándolo como antes?

-¿Sabes por qué no lo usamos? Es algo sencillo… no queda. Nosotros, nosotros acabamos con él. Éramos tan avariciosos; tan derrochadores que no fuimos conscientes de que era un recurso no renovable y que en algún momento se agotaría.

Entonces mi abuelo se levantó con dificultad y me hizo una seña.

-Acompáñame a la habitación, te voy a enseñar una cosa.

Yo le seguí hasta su habitación. Él abrió el armario y comenzó a rebuscar. Después de unos minutos, sacó un pequeño baúl cerrado con llave. -Vamos a la chimenea -dijo- que aquí con esta vela no veo nada.

-Vale abuelo, ya llevo yo la caja.

Cuando llegamos él me dijo: -Hijo mío, esto lo llevo guardando desde hace mucho tiempo y quiero que sepas que cuando me muera esto será tuyo. Solamente quiero decirte que pienses bien antes de hacer cualquier cosa con él, es muy valioso.

-Pero abuelo, ¿qué es eso que tiene tanta importancia?

-No seas impaciente. Ahora te lo enseñaré. En ese momento mi abuelo sacó una camiseta muy extraña.

-Qué rara es esa camiseta, abuelo -dije-. Es muy ligera.

-La verdad es que sí. Está hecha de poliéster, un derivado del petróleo. Estas prendas eran muy cómodas y transpirables, pero hace tiempo que se dejaron de fabricar.

A continuación sacó una especie de cartón blanco.

-¿Qué es eso?- pregunté.

-Esto es una bandeja de poliestireno. Todos los alimentos que comprábamos venían en estas bandejas. Tirábamos cientos de ellas cada semana. Y mira ahora, son más preciadas que el oro.

-Pero estas bandejas ¿no se podían volver a utilizar?

-Por supuesto que sí. Esta debe ser una de las últimas que quedan. Me acuerdo que en ésta venían dos trozos de pollo.

-Abuelo, ¿por qué no vendemos todo esto? Si es todo tan valioso, seguro que nos dan buen dinero por la caja.

-En eso tienes razón, chaval. Por eso las tengo a buen recaudo por si en algún momento nos hiciera falta.

En ese momento el abuelo se desvaneció. Me di cuenta que solamente había sido un sueño. Un sueño que me hizo pensar que ese anciano podía ser yo dentro de no muchos años. Ese pensamiento me produjo un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.

Mientras terminaba de despertarme, lo único que se me ocurrió es que actualmente estamos despilfarrando petróleo... ese preciado tesoro. Y que el sueño, aunque pareciera fantasía, es muy probable que acabe ocurriendo. Tal vez yo no, pero mis hijos, mis nietos, deberán acostumbrarse a vivir en una nueva era. Una era sin petróleo.

* Este relato forma parte del libro ‘Crónicas del Colapso. 26 relatos sobre el final de la era del petróleo’, elaborado por estudiantes del IES Sierra de San Quílez de Binéfar y coordinado por el profesor Manuel Buil.