Volví a contemplar el amanecer de un nuevo día.

El sol lucía radiante sobre su piel,

mas yo seguía amarrada al mismo rosal

repleto de espinas que se clavaban en mi tez.

¿Dónde había quedado aquel joven enamorado?

Que amaba cada curva de mi cuerpo.

Que cuidaba de mí con ternura.

Que volaba junto a mí tras mis sueños,

incluso anteponiéndolos a los suyos.

Que secaba las lágrimas de mis ojos llorosos.

Que pensaba que yo era la mujer más fuerte.

Con el tiempo…

Sus caricias se convirtieron en mis cardenales.

Sus cuidados, en mis temores.

Sus sonrisas, en mis lágrimas.

Sus ánimos, en mis caídas al abismo.

Y su ternura, en mi mayor amargura.