Y en una de aquellas mañanas de octubre en las que el cielo se resiste a mudar en otoño, erraron su camino todas las Perseidas para cubrir con su manto a medio centenar de alumnos de 1º de la ESO del Colegio San Vicente de Paúl.

Bajo el cielo que recogiera las lágrimas de San Lorenzo, fueron desplegándose nuestras 52 pequeñas estrellas empujándose bajo el cascarón del Observatorio de Huesca. Allí, con las manos abiertas, iban recogiendo el testigo del gran milagro metafísico que ata nuestra existencia a la conjunción de los planetas. La creación del Sistema Solar y en su inmensidad: la Tierra.

Bajo una cúpula, como una noche estrellada, sus ojos se movían persiguiendo astros. El cosmos desfilaba ante la absorta mirada de nuestros alumnos. Como una metáfora en la que la vida se reencuentra a sí misma.

Mientras descubrían la inmensidad vertiginosa que les rodea desde una natural perspectiva, iban enmudeciendo las lecciones y los libros de texto; y doblándose en artificiosa, la imaginación de sus profesores. Tras un suspiro, se sucedía un «hala»; tras un «guau», la perplejidad y el silencio. El inusitado silencio de 52 estrenados adolescentes.

Una vez cautivados, en estado hipnótico, con la mirada precisa, salimos a las inmediaciones del Centro Astronómico. Allí experimentaron con la materia y propulsaron dos cohetes que volaron sobre sus cabezas ante la expectación de todos. Incluidos los dos profesores que les acompañaban.

Después, acudimos a reverenciar al astro Sol. Como fuente incesante de vida. Mediante un moderno telescopio, fueron capaces de reconocer su forma que parecía latir entre la mirilla del gigante anteojo y el verde filtro que polarizaba las radiaciones de su actividad. Al mismo tiempo, analizaban las fluctuaciones que se reproducen de manera habitual en la superficie de esta estrella.

Y a media mañana, llegamos al momento final de la visita en el que todos disfrutamos de un viaje interestelar virtual. Dejábamos Huesca para regresar a Zaragoza con la cabeza en las estrellas. Como aquellos niños que soñaban con ser astronautas y llegar hasta Plutón. A Plutón: que primero fue planeta; después estrella; y ha terminado siendo catalogado como planeta enano. Y es que entre tanto planeta; les confieso, que uno buscaba incesantemente el camino que le llevara al verdadero planeta enano: aquel presidido por el baobab y la rosa del Principito.

Volvíamos en el autobús y nos sentíamos tan pequeños. Como minúsculos. Volvimos a soñar con ser astronautas y reencontrarnos con las estrellas. Nos sentimos en permanente suspensión; como llevados por aquella frase que afirma que «ningún soñador es pequeño y ningún sueño es demasiado grande». Pequeños y mayúsculos milagros de vida y sueño.