La clase de 4º ESO de francés del Colegio San Vicente de Paúl de Zaragoza acudía nuevamente a rendir homenaje a Jules Verne al teatro de Salesianos. Este año, la obra programada desde la materia de francés fue Veinte mil leguas de viaje submarino con el objetivo de acercar a nuestro alumnado a la literatura francesa de los siglos XIX y XX.

A punto de finalizar el curso y antes de despedir los libros, trece alumnos de San Vicente de Paúl asistimos a los prodigios pergeñados por un magistral Jules Verne, capaz de sumergirnos en las fauces de los océanos de mano de Nemo y su maravilloso Nautilus.

Jules Verne, un visionario enamorado de su tiempo y de sus nuevos prodigios, logra con esta obra constituir una de las más recurrentes joyas de la literatura universal. Del mismo modo, se constituye como un referente atemporal para los jóvenes lectores junto a otras obras como Viaje al Centro de la Tierra o La vuelta al mundo en ochenta días.

La Compagnie Voilà nos ofrecía una revisión del texto de Verne en su idioma original. El resultado: una refrescante hora y media en la que tres actores iban ocupando la escena y encarnando los principales personajes que participan de las aventuras entre dos excepcionales biólogos y el genio y la fuerza del temible Capitán Nemo. Un escenario con un simple pero ingenioso juego de biombos nos sirvió para recorrer los océanos a los cuatro vientos; mientras, luchábamos con tiburones, caníbales indígenas y el calamar gigante.

Verne nos muestra las maravillas de la ciencia y de la técnica puesta al servicio del hombre. Lo hace como el hombre cautivado que aprendía con ojos de niño. Pero también lo hace con un aviso en el horizonte: la creación en manos de la destrucción.

Esta obra de la literatura universal se constituye en un presagio de lo que serían las dos grandes guerras que azotarían Europa, y en ella el genio francés nos previene de una ciencia que es a la vez madre y madrastra. Capaz de destruir todo lo que el hombre ha creado a través del uso de la técnica. Un arma de doble filo que nos sitúa como responsables últimos de nuestros designios como especie.

Cuando Verne ideó un universo capaz de ir más allá de los límites conocidos por el hombre, no hizo sino universalizar su obra. Cuando nos advirtió sobre las maravillas y los horrores, que él mismo encerraba en su propia obra, nos hizo cómplices en la búsqueda de un mañana mejor; y responsables de escribir un nuevo párrafo o las líneas finales que habrán de rubricar nuestro futuro.