Con siete años descubrí mi gran pasión: el baile. Todo comenzó una tarde de verano. Iba caminando con mis padres por Valencia cuando de repente, mis ojos se cruzaron con ella, una hermosa chica vestida con un colorido vestido largo. Estaba sonando una antigua canción cuando ella comenzó a bailar. Al instante, quedé embelesada por esas bellas piruetas y saltos. Me impresionó como una simple combinación de pasos al ritmo de una melodía podía transmitir tanto. Era como estar escuchando los cuentos que me contaba mi madre de pequeña, solo que sin palabras. Únicamente gestos y movimientos al compás de una canción.

Desde entonces supe que quería ser como ella, que quería transmitir sentimientos y contar infinitas historias a través de mi cuerpo. Actualmente tengo 18 años, lo que quiere decir que han pasado nueve desde aquel momento, nueve años en los que ha pasado día y noche bailando sin parar, expresando una parte de mí en cada movimiento. Soy hija única, por lo que mis padres se han podido permitir pagarme una academia de baile en la que practico y actúo dos veces al mes.

Mi sorpresa llegó cuando, un día en la academia, la profesora me da una carta que ha recibido y que va a mi nombre. Con una tremenda intriga me decidí a abrir el sobre. Era una carta de una prestigiosa academia de baile de Nueva York. Una sensación de alegría y adrenalina se apoderó de mí. Fui corriendo a mi casa para contarles la buena noticia a mis padres. Por desgracia, la noticia no les produjo ni la mitad de alegría que a mí. No querían que me fuera sola a la otra parte del Atlántico a especializarme en algo que no me serviría para comer en un futuro. Estas fueron sus palabras, pero lo que de verdad les molestaba era la idea de que yo les pudiese abandonar, de que su único pollito abandonara el nido. Un torbellino de emociones recorría cada centímetro de mi cuerpo. Me encontraba triste, algo furiosa y decepcionada con mis padres.

No sabía expresar todo lo que sentía, por lo que decidí ponerme a bailar, soltar todo lo que sentía en mi interior. Al terminar me di cuenta de que ellos habían estado viendo mi actuación durante todo ese tiempo. Sus rostros no eran como antes, mostraban tristeza, pero a la vez esperanza. Tras una larga charla llegaron a la conclusión de dejarme ir, de sacrificarse para que yo pudiera cumplir mi sueño. Hoy me encuentro en un avión, persiguiendo mi sueño. He volado del nido, aunque eso no quiere decir que me vaya a olvidar de esas dos personas que me han ayudado a lograrlo.