Se carteó y se codeó con grandes intelectuales y literatos de la época, de la talla de Juan Francisco Andrés de Uztarroz, Vincencio Juan de Lastanosa, el conde de Salinas y el mismísimo Baltasar Gracián y Morales, quien la alaba y ensalza, utilizando poemas suyos en su Agudeza y arte de ingenio.

La efeméride merece un pequeño repaso de la historia de la lengua aragonesa.

Esta nació en torno al siglo VIII en los valles pirenaicos como una lengua romance procedente del latín con préstamos del euskera. Conforme los cristianos de los Pirineos fueron expandiéndose hacia el sur, conquistando la Saraqusta musulmana y la actual provincia de Teruel, repoblaron todos estos territorios y llevaron su lengua consigo.

Los primeros escritos en aragonés que se conservan son las 'Glosas Emilianenses' del siglo X. Se trata de anotaciones aclaratorias que hacían los monjes, en los márgenes de sus libros escritos en latín. Estos comentarios se hacían en las lenguas vernáculas de los diferentes reinos cristianos hispánicos, entre las que están el castellano y el aragonés. Servían para aclarar el texto latino a aquellos monjes que no fueran expertos en ese antiguo idioma, que, salvo la Iglesia, ya nadie utilizaba.

Cuando en el siglo XII el Reino de Aragón y el Condado de Barcelona quedan gobernados por una misma dinastía, en los documentos de la Corte se usa indistintamente el aragonés, el catalán y, en menor medida, el occitano. Por eso hay muchas asimilaciones, mezclas y préstamos entre estas tres lenguas.

Conforme avanza la conquista de Al-Andalus, los aragoneses llegan a Valencia y a Murcia, extendiendo su lengua. Por eso los siglos XIII y XIV son los años dorados del aragonés. En el año 1247, durante el reinado de Jaime I el Conquistador, el obispo y jurista Vidal de Canellas, compuso en aragonés el 'Vidal Mayor', un compendio de toda la legislación existente en el reino. Más tarde, en el siglo XIV, Juan Fernández de Heredia, Gran Maestre de la Orden del Hospital, guerrero, hombre de acción, amo y señor de vastos territorios, diplomático y consejero conocido por todas las cortes europeas del momento y gran erudito, escribió en aragonés crónicas y compilaciones, además de traducir a su lengua materna obras clásicas de la Antigua Grecia que se habían perdido.

En el año 1410 murió el rey Martín el Humano de Aragón sin descendencia legítima. Hubo hasta seis candidatos, emparentados de alguna manera con el difunto monarca, que pretendieron el trono. Al final, tras un caótico interregno de dos años, se eligió en el Compromiso de Caspe como rey de Aragón a Fernando de Antequera. Era un Trastámara, una familia de origen castellano que también reinaba en Castilla. A partir de aquí, el castellano penetró en la Corte aragonesa y se convirtió en el idioma administrativo, elitista y literario de Aragón, quedándose el aragonés como lengua del vulgo. En nuestra tierra faltó un Antonio de Nebrija que, antes de que esto ocurriera, fijara la gramática del aragonés.

Por eso son tan importantes los trabajos en aragonés del siglo XVII de Ana Francisca de Abarca y Bolea: porque son una gota de agua en un inmenso océano de obras literarias en castellano, publicadas por los intelectuales aragoneses del momento.

Para estudiar el aragonés hablado por la gente de a pie en la Edad Moderna son importantísimos los textos aljamiados encontrados en una biblioteca clandestina de Almonacid de la Sierra. Son unos 3.000 manuscritos escritos y guardados por los moriscos del lugar, que son los musulmanes convertidos forzosamente al cristianismo a partir del año 1525 en Aragón. Estas gentes, desde mucho tiempo atrás (en concreto desde el siglo XII), utilizaban en sus conversaciones el mismo aragonés que hablaban sus vecinos cristianos. Pero decidieron conservar el alfabeto árabe, así que disponemos de unos 3.000 manuscritos en aragonés redactados con este tipo de grafía islámica.

Los' Decretos de Nueva Planta' del siglo XVIII impusieron definitivamente como lengua oficial el castellano y casi barrieron del mapa al aragonés, que quedó anclado a los valles pirenaicos.

A finales del siglo XIX, por influencia de la 'Renaixença' catalana, surgió un grupo de filólogos y estudiosos que quisieron reavivar y rescatar del olvido al aragonés. En el año 1915 fundaron la institución Estudio de Filología de Aragón, que tenía como objetivo más ambicioso la publicación de un diccionario del aragonés. Formó parte de este gran proyecto la mismísima María Moliner, que en un futuro publicó uno de los mejores diccionarios de la lengua castellana que se hayan escrito jamás.

La prohibición de su habla y enseñanza durante el franquismo, casi sentenció a muerte al aragonés. Pero ha sobrevivido en lo más recóndito del Pirineo y en los últimos años se está revalorizando, estudiando y luchando por su supervivencia.