Un lugar donde nacer quizás poco digna para semejante personaje, pero en ese momento su madre, la mal llamada Juana la loca, se encontraba en una fiesta en un estado avanzado de gestación, pero al sufrir un repentino dolor en el vientre pensó que era un dolor estomacal y por ello acudió a los baños donde acabó dando a luz a su hijo.

Carlos acabaría percibiendo una inmensa herencia por ambas parte de su familia; recibiendo del lado materno las coronas de Aragón y Castilla más sus posesiones de ultramar en el llamado nuevo mundo y el recién conquistado Reino de Nápoles, y por el lado paterno toda la herencia de los Habsburgo (Austria, Tirol y Borgoña), a los que se acabaría añadiendo el título de emperador que lograría unos años más tarde sucediendo así a su abuelo Maximiliano I.

Más allá de su largo reinado en tan extensos territorios en esta ocasión me centraré en cómo fue el reinado y la huella que dejó el emperador en el Reino de Aragón. Y es que es un tema sobre el que se pasa de puntillas, ya que la unión dinástica entre Aragón y Castilla con los Reyes Católicos y luego la gobernanza de la dinastía de los Habsburgo y su tremendo conglomerado de reinos, condados y señoríos hizo que el Reino de Aragón y su peso en la Monarquía Hispánica se fuera diluyendo. De hecho Carlos de Habsburgo fue el último monarca que convocó con cierta asiduidad las cortes aragonesas, cosa que ya no se producirá durante el siguiente siglo y medio con sus sucesores.

Para hablar de ello una fecha clave es mayo del año 1518, momento en el que un joven Carlos I que todavía no había sido elegido emperador llega por primera vez al Reino de Aragón. Apenas contaba con 18 años y llevaba unos meses por Castilla conociendo sus nuevos dominios, repartiendo cargos entre sus consejeros flamencos y logrando dinero en las cortes castellanas para financiar tanto sus viajes por los reinos hispánicos, su regreso a Flandes y los sobornos que a no mucho tardar tendría que pagar para presentar su candidatura al trono imperial.

En ese mes de mayo llegó a Zaragoza y se alojó en el palacio real de la Aljafería, teniendo el objetivo de ser jurado como rey y conseguir más fondos. Era rey por herencia, pero también un completo extranjero en unos reinos hispánicos que acababa de pisar por primera vez y de los que no conocía ni sus lenguas, costumbres ni cultura. Se temía además que el nuevo monarca tan solo viera sus nuevos dominios como un apéndice de los que ya tenía y que sólo acudiría a ellos cuando necesitara dinero, por lo que sufrió ciertas dificultades para ser reconocido y jurado como monarca. La nobleza aragonesa tenía grandes reticencias, ya que era un secreto a voces que el abuelo de Carlos, Fernando II el Católico, prefería a su otro nieto, Fernando de Habsburgo, como candidato al trono ya que lo había educado él mismo durante años. Finalmente Carlos convenció a Alonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza e hijo ilegítimo del rey Fernando, para que le apoyara, y el nuevo monarca fue jurado y juró en la Seo de Zaragoza los fueros aragoneses.

Comenzaba la primera de sus varias estancias en Aragón, estando en Zaragoza durante 8 meses en los que tomó importantes decisiones. Una de las más trascendentales a nivel mundial fue la de financiar el proyecto del navegante portugués Fernando de Magallanes para abrir una ruta marítima sorteando América y demostrar a Portugal que se podía viajar a Oriente por el oeste y disputarle así el próspero comercio de las especias que, según el Tratado de Tordesillas, había quedado en la órbita de influencia lusa.

Pero entonces, si la decisión de realizar esta expedición se tomó en los salones de la Aljafería, ¿por qué ni la ciudad de Zaragoza ni Aragón han querido participar en los diferentes eventos que celebran semejante aventura? El caso es que en esa época no existía una capitalidad clara y esta se encontraba donde estuviera la corte, la cual era itinerante. Por eso se podría decir que durante esos 8 meses la capital aragonesa fue el centro de un imperio que se extendía ya por dos mundos: el viejo y el nuevo.

Fruto de esa vuelta al mundo, en 1529 se firmó con Portugal el Tratado de Zaragoza que volvía a repartir el planeta con nuestros vecinos pero que en cambio apenas es conocido al contrario que el de Tordesillas. Fruto de este tratado gestado en Zaragoza pero firmado en Lérida es que el Océano Pacífico fuera durante mucho tiempo casi de exclusivo uso hispano en cuanto a potencias occidentales se refiere.

Otras huellas que dejó el emperador Carlos durante su reinado en Aragón fue el intento desde 1528 de construir la llamada Acequia Imperial, el precedente del Canal Imperial cuyas obras comenzaron cerca de la zaragozana localidad de Gallur, aunque acabaron abandonándose ante los problemas técnicos y económicos del momento y que no se retomó hasta la segunda mitad del siglo XVIII, ya con Carlos III y Ramón Pignatelli.

Y por supuesto tenemos la creación de la Universidad de Zaragoza, fundada por un privilegio real emitido por Carlos el 10 de septiembre de 1542 durante la Cortes de Monzón y cuyo año de fundación aparece en el logo de la institución, si bien es cierto que esta no comenzaría a funcionar de verdad hasta 40 años más tarde.

La primera vuelta al mundo

La expedición, que inició Magallanes pero que terminó Juan Sebastián Elcano, acabó por dar la primera vuelta al mundo en la historia de la humanidad de la cual se cumplen en estos meses 500 años, y que fue el suceso que terminó por globalizar de verdad el mundo, ya que sus resultados acabaron por conectar comercialmente Europa, América y Asia a través del galeón de Manila y la Flota de Indias.