Hoy es 23-F. Hace 40 años que Tejero asaltó el Congreso de los Diputados durante la sesión de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, que debía sustituir al presidente dimitido Adolfo Suárez.

Del mismo modo que ahora los que lo vivieron son capaces de rememorar la angustia de aquellas horas, en 1981 muchas personas recordaban lo que había pasado 45 años antes, en 1936, cuando Franco se alzó contra la República. El temor por volver a la dictadura se apoderó de muchos y algunos, aquella noche de hace cuatro décadas, ya se prepararon para abandonar el país por temor a una persecución generalizada como la de 1939. Pero no. De madrugada, el Rey Juan Carlos I, vestido de militar, hizo una alocución pública y los golpistas se entregaron.

La Transición

Repasar las crónicas periodísticas y las declaraciones de la clase política de la época invita a esbozar una sonrisa. El paso del tiempo ha evaporado el perfume ingenuo de la Transición. Durante mucho tiempo, el episodio del 23-F sirvió para alabar al Monarca y proclamar vivas a la Constitución, como si aquel texto tuviera que exorcizar todos los males de un país que había pasado de una legalidad totalitaria a una de democrática sin demasiados cambios de fondo.

Los episodios históricos dejan poso a diferentes niveles. Evidentemente tienen consecuencias estructurales. En este caso, la mitificación del Rey y la involución autonómica con leyes como la Loapa, por ejemplo. Pero también hay otras de carácter más popular, que se han incorporado al imaginario colectivo. «¡Todo el mundo al suelo!» o «¡Tranquil, Jordi, Tranquil!» forman parte de la memoria de toda una generación.

Fruto de aquella época se popularizó el término Brunete mediática, aunque en realidad no apareció hasta el año 2000. En plena campaña electoral en Euskadi, el líder del PNV, Xabier Arzalluz, acusó a la prensa madrileña de atacar las formaciones vascas para favorecer los intereses del Partido Popular. La crispación política de aquellos días, marcada por el terrorismo de ETA y la visceralidad del PP, era asfixiante y el concepto Brunete mediática hizo tanta fortuna que, desde ese momento, ha sido una expresión recurrente y aún hoy en día se utiliza.

Brunete es como aquellas muñecas rusas que dentro siempre esconden otras. Es evidente que Arzalluz se refería a la División Acorazada Brunete, que el 23-F estaba destinada a ocupar algunos puntos estratégicos de Madrid mientras Tejero secuestraba a los diputados en el Congreso. En aquellos momentos, la Brunete estaba formada por unos 13.000 efectivos y disponía del material de guerra más avanzado que había en la España de entonces. Si aquella división no ocupó la capital española fue porque el capitán general de Madrid, Guillermo Quintana Lacaci, lo impidió a pesar de la presión de algunos compañeros de armas.

No es la única matrioska de Brunete, porque en su interior oculta otra: un batalla de la guerra civil. En julio de 1937, cuando hacía un año que duraba el conflicto, las tropas de Franco iban avanzando por todo el territorio. En Madrid, el Ejército republicano resistía como podía y para quitarse presión, intentó una ofensiva. De entrada la operación fue un éxito pero los rebeldes recibieron apoyo de la Legión Cóndor nazi, que frenó el avance republicano en la localidad de Brunete. Además, a los pocos días, los franquistas iniciaron una contraofensiva. Así pues, los leales no lograron los objetivos de la batalla, que está considerada una de las más duras de la guerra.

Cuando la dictadura reorganizó el Ejército, en 1943, bautizó con el nombre de Brunete la división acorazada, que quedó bajo el mando del teniente general Ricardo de Rada, de familia carlista y descendiente de Teodoro Rada, que murió en 1874 luchando por el pretendiente Carlos durante el sitio de Bilbao.

Como decía Gerald Brenan, la historia española es un laberinto. Y en cada rincón, por anecdótico que parezca, aparecen matrioskas llenas de sorpresas en su interior.

Accidentada muerte de Gerda Taro

Una de las víctimas durante la retirada republicana fue la fotógrafa alemana Gerda Taro, que perdió la vida atropellada accidentalmente por un tanque. Tiene el triste honor de ser la primera mujer fotoperiodista fallecida mientras cubría un conflicto armado. Fue enterrada en el cementerio Père-Lachaise de París el 1 de agosto de 1937. Tenía 26 años.