Retrocedamos a la época de los acontecimientos. Estamos en el año 46 a.C. en Roma, bajo el gobierno del emperador Julio César y en medio de una terrible discordia a cuenta de los días del año. Los pontífices encargados de regular el calendario habían acabado por convertirlo en un instrumento de fraude y corrupción en beneficio propio y el de los magistrados afines. El abuso y la manipulación eran tales que se habían llegado a celebrar en primavera las fiestas Autumnalia (propias del otoño) y las de la cosecha de estío, en pleno invierno.

Julio César quiso acabar con aquellos desmanes llevando a cabo una cabal reforma del calendario y llamó para ello a Sosígenes, el más ilustre de los astrólogos de la época. Basándose en sus cálculos de que la Tierra tardaba 365,25 días en completar una vuelta alrededor del Sol, estableció un año solar de 365 días. Y con la finalidad de armonizar el calendario con las estaciones y las celebraciones que en ellas acontecían, decidió rellenar el déficit anual de un cuarto de jornada con un día adicional que se intercalaría cada cuatro años. Había nacido el calendario juliano (así llamado en honor al emperador Julio César) y Sosígenes acababa de fundar los años bisiestos.

Pero no se vayan todavía. Aún hay más. El día cuatrienal suplementario, Julio César decidió que se le atribuyera al mes de febrero (último del año entre los romanos, pues para ellos empezaba en marzo; de ahí que septiembre se llame todavía así, porque era el séptimo, y lo mismo ocurre con octubre, noviembre y diciembre) que tenía tan solo 28 días. El problema es que febrero era un mes nefasto (no laboral) y dedicado a los dioses infernales. Por tal motivo, en una sociedad que era extremadamente supersticiosa, ese mes debía seguir conservando (al menos en apariencia) un número par de días, pues los meses impares se reservaban para los dioses superiores.

De manera que César (quien aunque romano no estaba loco, a pesar de la opinión de Obélix) para no turbar el ánimo de la población resolvió el problema colocando a su día extra cuatrienal después del 24 de febrero, llamado sextus ante calendas martias (sexto día antes de las calendas -día 1- de marzo) dándole el nombre de bis sextum. Así (engañosamente) febrero seguía teniendo un número par de días, recibiendo el nombre de bissextiliso.

Sin embargo Sosígenes, a pesar de su -para la época- mirífica precisión, había errado los cálculos en cuanto a la duración del año trópico, 11 minutos inferior a la que él había supuesto. De este modo, a partir del siglo IV, cuando la Iglesia determinó que la Pascua (domingo de Resurrección) debía estar asociada con el primer plenilunio de la primavera, fue consciente de que con el calendario juliano, el equinoccio se iría apartando gradualmente del 21 de marzo, de manera que la Pascua, fiesta primaveral, acabaría celebrándose, con el paso de los siglos, en el corazón del verano.

Y es aquí donde emerge la figura del Papa Gregorio XIII, quien en 1582 resolvió magistralmente el problema. Al igual que César con Sosígenes, el Papa contó para acometer la reforma del calendario juliano con la ayuda del jesuita, astrónomo y matemático alemán Christophoro Clavius, quien dio con la clave. Aquel año el equinoccio de primavera había caído el día 11 de marzo, de manera que para devolver el equinoccio al 21 de marzo bastaba con recortar diez días del año 1582. Decisión que fue tomada por el Papa y la Iglesia en el mes de octubre. De este modo, el 21 de marzo del año siguiente, 1583, coincidió con el equinoccio de primavera.

Y así sucedería en los años sucesivos, siendo para ello preciso la supresión de tres días en un período de 400 años. De este modo, los años continuarían siendo bisiestos de 4 en 4, pero si bien en el calendario juliano todos los seculares (los que terminan en dos ceros) lo son, en nuestro actual calendario gregoriano (el del Papa Gregorio XIII) ocurre al contrario, con la excepción de los años seculares cuyo ordinal sea divisible por cuatro. Así, no fue bisiesto 1900, pero sí lo fue el 2000 y volverá a serlo el año 2400.

Pero a lo que íbamos al principio de este artículo: que hasta 2024 los nacidos en 29 de febrero no celebrarán su cumpleaños. Mírenlo por el lado bueno: son cuatro veces más jóvenes que el resto de los mortales. A pesar de tener que aguantar la típica broma de los amigos: «No creas que se me olvidó felicitarte, es que sé que este año te quedas sin cumpleaños». Jaja.