Los hechos se sucedieron de la siguiente manera: el 12 de abril se celebraron elecciones municipales. En casi todas las capitales y grandes poblaciones del país ganaron los comicios las coaliciones republicano-socialistas. El día 13 las masas salieron a celebrar efusivamente la derrota de los partidos monárquicos. El 14 de abril el Rey, al ver el jolgorio y la alegría que se vivía en todo el país con la victoria electoral de los republicanos, se dio cuenta de que no era querido por los españoles, dimitió, se fue y se proclamó la Segunda República.

La pregunta que hay que hacerse es: ¿cómo es posible que unas elecciones municipales llevaran a un cambio de régimen? Desde el año 1875 hasta 1923 tenemos en España lo que se conoce como el Régimen de la Restauración, que se va resquebrajando lentamente. Al final, cuando más débil estaba el sistema, la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) fue el salvavidas que sostuvo durante unos años a la élite que siempre había gobernado este país. También sirvió para apuntalar durante un tiempo la propia institución de la monarquía.

El monarca Alfonso XIII era un rey que juró la Constitución de 1875, inmovilista, que puso trabas a la reforma del sistema cuando ya no funcionaba, que defendió a capa y espada aquella Constitución que resultaba anticuada y que, para salvar su posición, aceptó de buena gana la dictadura de Miguel Primo de Rivera, perjurando la Constitución que tanto había defendido. Dicho de otro modo: se convirtió en un rey traidor a la Carta Magna que juró defender.

Cuando cayó la dictadura de Miguel Primo de Rivera, Alfonso XIII pensaba volver a la situación anterior como si nada hubiera pasado. Para ello, el 12 de abril convocó unas elecciones municipales con la intención de convocar después unas generales. En todas las localidades de una mínima importancia los partidos socialistas y republicanos presentaron candidaturas conjuntas. Lo mismo hicieron el Partido Liberal y el Partido Conservador, que eran los partidos monárquicos tradicionales. Esto convirtió unas simples elecciones municipales en un plebiscito en el que se elegía monarquía o república, tal y como llegó a reconocer el conde de Romanones unos días antes a un diario de Lisboa.

Todos sabemos cuál fue el resultado. Era la primera vez en la historia de España que los que convocaban elecciones las perdían. Ni el caciquismo ni los pucherazos electorales pudieron impedir lo inevitable: que en las grandes poblaciones del país ganaran las coaliciones republicano-socialistas.

En Aragón la conjunción republicano-socialista ganó en las tres capitales de provincia y en más de la mitad de las localidades que tenían más de 3.000 habitantes. El 60% de los concejales elegidos ese 12 de abril en Aragón eran republicanos.

Se calcula que el 14 de abril, entre 25.000 y 30.000 personas acudieron a celebrar los resultados en la plaza de la Constitución de Zaragoza (actualmente plaza España). Celebraciones idénticas tuvieron lugar en Huesca y en Teruel.

Esto no era más que el reflejo del posicionamiento político de la mayor parte de la sociedad aragonesa, donde había calado con mucha fuerza el movimiento obrero y el republicanismo, especialmente en Zaragoza, que era una de las ciudades más revolucionarias de España y un bastión del anarquismo español.

Ya a mediados del siglo XIX, en 1854, miembros y militantes del Partido Demócrata de Zaragoza, muchos de ellos republicanos, iniciaron una rebelión que se acabó extendiendo por toda la nación, derrocando al Gobierno e instaurando el Bienio Progresista (1854-1856).

Al final de la Primera República, el 3 de enero de 1874 el general Manuel Pavía dio un golpe de Estado entrando en el Congreso y clausuró las Cortes. Zaragoza estalló ante esa situación en los días siguientes, levantándose barricadas en las calles.

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el republicanismo aragonés quedó difuminado entre el movimiento obrero y el regeneracionismo, que tenían muchos seguidores en Aragón. Pero eso no significa que, aunque opacado por estas dos grandes corrientes, no estuviera ahí.

Es más, la proclamación de la Segunda República vino precedida de un intento de golpe de Estado en el mes de diciembre de 1930, que se inició en Jaca y que, aunque acabó en desastre, fue secundado por algunos pueblos de Aragón, como Tauste y Gallur.