Cuando a las 11.30 del 28 de junio de 1914 las campanas de Sarajevo anunciaron el fallecimiento del heredero del Trono del imperio austro-húngaro, Francisco Fernando, y su esposa, Sofía Chotek, Europa dio un paso de gigante hacia la guerra. La pareja visitaba la ciudad en coche descubierto y un nacionalista serbo-bosnio de 19 años, Gavrilo Princip, les disparó a quemarropa. ¿Por qué les mató?

Princip pertenecía a la Joven Bosnia, una entidad auspiciada por el oficial serbio de inteligencia Dragutin Dimitrijevic, que lideraba la sociedad secreta Mano Negra para lograr una Gran Serbia que integrara Bosnia-Herzegovina y otros territorios bajo dominio austro-húngaro y otomano. No era un hecho aislado en Serbia, pues desde el ejército y esferas oficiales se ofrecía armas y fondos a colectivos ultranacionalistas con esta meta.

UNA AL-QAEDA ORTODOXA El grupo de Princip reunía a jóvenes de origen campesino modesto llegados a la ciudad. Sin empleo regular y con pocos recursos, conspiraban en cafés imbuidos de una mística de sacrificio que la historiadora Margaret McMillan considera similar a la de miembros de Al-Qaeda: su puritanismo les hacía despreciar el alcohol y las relaciones sexuales y veían en el imperio austrohúngaro un ente corruptor de los eslavos.

Cuando la pareja real visitó Sarajevo esta devino su objetivo. Más aún al hacerlo en el Vivovdan (día de San Vito), la fiesta nacional serbia, lo que convertía aquel acto oficial en una aparente provocación política. Esta senda llevó a Princip a cometer un crimen que le convirtió en héroe nacional.

Su homicidio planteó un grave dilema al anciano Francisco José I. A sus 84 años, dirigía en Viena un imperio de más de una docena de nacionalidades que superaba los 50 millones de habitantes y tenía un funcionamiento complejo.

Desde 1867 era una confederación de Austria y Hungría como estados soberanos que compartían emperador, Ejército y una unión aduanera y económica renovable cada década. Ello disparó su burocracia, que creció un 200% entre 1890 y 1911: solo Austria tenía 3 millones de funcionarios y un pago de impuestos en Viena pasaba por 27 manos distintas. Además, los magiares (19,7% de la población) y los austro-germanos (24,7%) pugnaban por imponerse al resto de minorías. Para desactivar el nacionalismo serbio Francisco José I contempló la posibilidad de dar poder a los eslavos del sur, a lo que los magiares se opusieron. El archiduque asesinado, que despreciaba a húngaros ("traidores") y serbios ("cerdos"), sopesaba acabar con el engorroso reino dual y crear unos Estados Unidos de la Gran Austria de 15 miembros.

Ahora el emperador debía meditar su respuesta a Belgrado, que consideraba cómplice e instigadora del crimen. Princip le había colocado en una difícil encrucijada: el agresivo expansionismo de Belgrado, que Moscú amparaba, era una amenaza a su imperio. Las elites de Viena querían conjurarla con un ataque contra Serbia. Paradójicamente, el archiduque asesinado se había opuesto a él por temer que implicara un choque con Rusia. Su muerte dejó sin dique de contención las ansias de aplastar a los serbios y el fantasma de una contienda se dibujó en el horizonte europeo.

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