Hasta Zaragoza llegaron los ecos inaugurales de la Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos que tuvo lugar en el Palacio de Exposiciones del Retiro de Madrid, en mayo de 1925. Ocurrió, sin embargo, que la nota informativa era incorrecta al confirmar la ausencia de artistas aragoneses. «Lamentable es esta ausencia: hoy, cuando en nuestra ciudad parece despertarse algún interés hacia las cosas del arte, nuestros pintores y escultores debían poner todos sus entusiasmos en que el nombre de Aragón no faltase en manifestación alguna de esta índole» (Heraldo de Aragón, 14 de junio). Quienes atendieron a la extensa relación de artistas habían pasado por alto los nombres de dos aragoneses: Santiago Pelegrín (Alagón, 1885-Madrid, 1954) y Luis Berdejo (Teruel, 1902-Barcelona, 1980), residentes en Madrid desde hacía años y, por ese motivo, totalmente desconocidos en el panorama local.

Pelegrín llegó en 1910 tras serle denegada la pensión de la Diputación de Zaragoza para realizar estudios en Roma, y en busca de nuevos horizontes ajenos a los regionalistas. La idea era seguir su formación en la Academia de San Fernando, pero al suspender el examen de ingreso se contentó con realizar cursos en el Círculo de Bellas Artes. En 1917 presentó por vez primera una obra a la Exposición Nacional de Bellas Artes, sin éxito; más suerte tuvo con las amistades que hizo, a partir de aquel año, en las diferentes tertulias de las que formó parte. Crucial fue su encuentro con Benjamín Jarnés, en 1920. En 1925 participó en la exposición de los Ibéricos con tres obras: Desnudo, Estudio y Paisaje. De Pelegrín, artista autodidacta, escribió Francisco Alcántara para el diario El Sol (14 de julio): «Tan moderno por sus teorías como antiguo por su denuedo de aprendiz de dibujante y de colorista, es de los que, en medio del ruido ensordecedor de los teorizantes, se aísla y trabaja en la leal compañía de su propia conciencia de artista moderno, ansioso por llegar. Un delicado paisaje, un desnudo de mujer y una cabeza fueron la demostración de todo esto...». Al cuadro La Fuente de Luis Berdejo se refirió Manuel Abril en Heraldo de Madrid (16 de junio): una pintura «en donde hermana, con equilibradísima soltura, cadencia y encanto humano, e incorpora las enseñanzas de unos pocos principios modernos a un clasicismo de ritmo que podríamos llamar rafaelesco...». Juan de la Encina no dudó en calificar su obra de italianizante.

TRAYECTORIAS DISTINTAS

Muy distinta a la de Pelegrín había sido la trayectoria de Berdejo. Tras estudiar con Salvador Gisbert en Teruel, se matriculó en 1914 en la Escuela de Artes de Madrid y, más tarde, en la Academia de San Fernando, con una beca de la Diputación de Teruel que volvió a pensionarle en 1922 para viajar a París, donde se formó en las academia La Grande Chaumière y Colarossi y estuvo atento a la pintura italiana del Louvre. En 1924 regresó a Madrid y presentó en la Nacional La fuente y Maternidad, que le valió una bolsa de viaje de 500 pesetas.

Las obras de Pelegrín y Berdejo, con sus diferencias de estilo, coincidían en el lema que unía a los Ibéricos: el retorno al orden, es decir, la búsqueda del valor expresivo de la línea, de la forma y del color. Depuración frente a las experimentaciones de las vanguardias.

A Ostalé Tudela se le responsabiliza de la exposición conjunta de Santiago Pelegrín y Luis Berdejo en el Mercantil de Zaragoza, a fines de octubre de 1926; la primera en la ciudad con acento renovador. Quizá el crítico descubrió sus obras entre los Ibéricos. El hecho es que para su presentación en la ciudad, Pelegrín seleccionó 40 obras fechadas entre 1919 y 1926; y Berdejo 24 obras, realizadas desde su estancia en París. Ambos artistas fueron bien recibidos por la crítica. En la revista Aragón celebraron la «nueva manifestación pictórica dentro del grupo regional», sus modernas orientaciones del arte y las nuevas maneras y visiones de la pintura tan diferentes a las que están acostumbrados en Aragón. Berdejo recibió todos los elogios por sus dotes para el dibujo, la forma y la composición; mientras que la obra de Pelegrín, aunque interesante, resultó confusa y más difícil de entender.

La exposición del Mercantil significó la vuelta de ambos artistas al panorama aragonés, que fue testigo de la evolución de sus lenguajes. Pelegrín regresó a Madrid, donde expuso en el Palacio de Bibliotecas y Museos (1928) una selección de sus últimas obras en las que se experimentó una síntesis de cubismo y futurismo que abandonaría por la figuración clásica del grupo Novecento. Berdejo permaneció en Zaragoza con graves apuros económicos que le obligaron a marchar a Alicante donde su suerte cambió tras contactar con la responsable del Instituto Carnegie de Pittsburgh; en 1928 se instaló en Madrid y al año siguiente viajó a Barcelona. En 1931 logró una pensión del Estado para estudiar en Roma. Y ambos artistas fueron convocados en el Primer Salón Regional de Bellas Artes, celebrado en Zaragoza en 1929. Pelegrín presentó Jazz-Band y Naturaleza muerta; y Berdejo Las barcas y El merendero del puerto. Al segundo salón, de 1930, Pelegrín envió Mujer con huevos y Berdejo La silla y Desnudos.

La pintura absorbió a Berdejo durante su estancia de cinco años en la Academia de España en Roma. Cuando estalló la guerra civil quiso salir a EE.UU. pero finalmente fue movilizado. En 1939 se casó en El Pilar con Pierina Estevan, hija del pintor Hermenegildo Estevan y, tras unos años en Barcelona, se instaló en Zaragoza en 1944 donde vivió hasta 1962, cuando regresó a Barcelona. Lo pasó mal Berdejo. Y si acomodó su pintura para vivir, sus escritos dan testimonio de su fracaso. «El mucho tiempo en que había pasado sin hacer una línea, el desconcierto en las ideas y un poco de curiosidad por ver en qué forma apreciaba de nuevo el arte y qué dificultades encontraría. Mis cuadros anteriores habían estado mucho tiempo ocultos y no podía sentir la influencia ni la continuidad en mis apreciaciones y técnica...».

El firme compromiso de Pelegrín con la República marcó su trayectoria vital y artística. Firmó manifiestos, perteneció a la Alianza de Intelectuales Antifascistas por la Defensa de la Cultura, y al Altavoz del Frente, y participó en los servicios de Incautación, Protección y Conservación del Tesoro Artístico de Aragón con residencia en Caspe. Su obra, al igual que la de Berdejo, se expuso en la exposición L’Art Espagnol Contemporain que tuvo lugar en el Jeu de Paume de París, en 1936. Y en 1937 sus cuadros Bomba en Tetuán y Evacuación y Defensa del Norte se presentaron en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París. Su última exposición individual la celebró en 1947, en la galería Clan del aragonés Tomás Seral y Casas; el último refugio en Madrid.