Si hace 30 años los Celtas Cortos recordaban la magnífica noche en la cabaña oscense del Turmo, este 20 de abril anhelan aún más esas risas con los amigos desde el confinamiento en sus casas. En el aniversario del mayor de sus éxitos y con la melancolía más latente que nunca, el grupo nacido en Valladolid ha hecho todo lo posible para esta vez no sentirse solo.

La música no les cansaba entonces y tampoco lo hace ahora. «Es el combustible», explica a Efe el guitarra y voz del grupo, Jesús Cifuentes, quien echa la vista dos meses atrás y añora los viajes por carretera y subirse a un escenario: «Los que vivimos intoxicados de la música y nos dedicamos a esto sin ello no podemos seguir adelante».

Con un poco de realidad y otro de ficción, los recuerdos de un joven que había emigrado para trabajar se postraron en el que ahora es todo un éxito de la música española de los últimos años: «Encontré buenos amigos, pero no dejaba de estar de alguna manera deslocalizado de toda mi cuadrilla habitual». Le vino a la mente la noche en la cabaña con sus amigos, en el Pirineo oscense, y el resto ya es historia.

Desde la creatividad más íntima producto del sentimiento de añoranza del artista, la canción «voló por sus fueros, libre» y sus dueños pasaron a ser todos los que la escucharon. «Cada persona es la que aporta un color diferente y una pincelada personal a su manera de entenderlo y a sus emociones. Entonces la canción ya pertenece a la gente», señala.

Más aún en este 20 de abril enmarcado en la crisis de la covid19 cuando Celtas Cortos va a relanzar el tema con la colaboración de un amplio grupo de artistas y de trabajadores esenciales que estos días hacen frente a la pandemia. La recaudación irá destinada a la organización Médicos Sin Fronteras. Desde los estudios particulares de sus casas, los componentes del grupo han regrabado su mayor hit junto a artistas de la talla de Mikel Izal, Rozalén, Amaral, Carlos Tarque, Ska-P, Sidonie, La pegatina, Reincidentes o Despistaos entre otros. Además de estas caras conocidas aparecerán otras, las de los trabajadores de hospitales, de la Cruz Roja, agentes de policía, agricultores y ganaderos, empleados de supermercados y estancos, en definitiva, para «dar visibilidad a los que están en primera línea».

«Lo que hemos considerado hacer es remar todos en la misma dirección para ayudarnos unos a otros y hacer mas grande la hermandad del planeta», confiesa Cifuentes, quien defiende la cultura como «una ventana abierta al confinamiento. Aunque sea desde el encierro, un libro o una canción te abre la mente y te traslada, te hace viajar y te deja respirar. Sin cultura no funcionamos, la cultura es la respiración de la humanidad».

Más necesario que nunca, el sector cultural vive una crisis profunda con un futuro incierto que afecta del primero al último de sus eslabones. «Nos quedamos tirados en una cuneta», lamenta Cifuentes al explicar que gran parte del gremio se queda sin su principal fuente de ingresos a causa del confinamiento.

A la melancolía de los recuerdos de aquel 1990 y el rechazo a la catástrofe económica y sanitaria actual se suma el aprendizaje de la familia, las relaciones y el amor: «La olla a veces genera más presión de la debida, pero cuando llega a su limite la válvula se abre y todo acaba en un abrazo».

Los aplausos de las ocho y un pequeño patio «que ofrece un cacho de cielo» han conseguido que aquel joven que se encontraba vacío valore lo más importante del día a día 30 años después. «El trabajo, la salud, la familia y todas las cosas que tenemos y no somos conscientes hasta que nos faltan. Mientras estás sano no te das cuenta de la importancia hasta que estás jodido, y entonces las cosas tienen otro valor».