¿Es una obra capital de la historia del cine, como la celebran algunos, o simplemente un adiposo folletín racialmente insensible e intolerante, como sostienen otros? Realmente ni lo uno ni lo otro, pero en todo caso probablemente sí la película más popular de la historia. Lo que el viento se llevó, retrato sentimental y romántico de la Norteamérica sureña durante la Guerra de Secesión y justo después de ella --cuando la esclavitud fue desapareciendo para dar paso a la segregación-- vista a través de los ojos de la icónica heroína Escarlata O'Hara (Vivien Leigh), continúa atesorando 75 años después de su estreno una importancia mayúscula.

Todo en ella es grande. De entrada, cada una de sus dos partes podría funcionar como una película independiente, y para la mayoría de la gente siempre será la película más larga (224 minutos) que ha visto jamás. Además, se trata del primer blockbuster, gestada con la mentalidad faraónica que hoy aplican directores como James Cameron o Peter Jackson. Su presupuesto alcanzó unos 4 millones de dólares escandalosos para la época. Y, actualizada según la inflación, su recaudación a lo largo de los años y los sucesivos reestrenos (unos 3.300 millones de dólares) la convierte en la película más taquillera de la historia.

Para lograr semejante éxito, el productor David O'Selznick --el Steven Spielberg de la época-- tomó la novela superventas de Margaret Mitchell y decidió trasladarla a la pantalla con una literalidad a la que ni Shakespeare podía aspirar, convencido de que era la forma más segura del éxito de la película. En el proceso contrató y despidió a toda una colección de guionistas (hasta 15, entre ellos F. Scott Fitzgerald), a los que obligó a escribir y reescribir de forma psicótica. Cuenta la leyenda que los retuvo durante una semana en una habitación, alimentándolos a base de plátanos, hasta que una de sus múltiples reescrituras de guion se hubo completado.

DESFILE DE DIRECTORES

También mítico fue el desfile de directores. George Cukor fue despedido después de tres semanas --Clark Gable sentía gran antipatía hacia los homosexuales-- y lo reemplazó Victor Fleming, que sufrió una crisis nerviosa y fue relevado por Sam Wood y William Cameron Menzies. El verdadero autor fue Selznick, que entendió que la clave para el público masivo era combinar melodrama exacerbado y espectáculo deslumbrante. Tres cuartos de siglo después, varias escenas de la película aún tienen poder para dejarnos sin respiración.

MUJER MODERNA

El productor usó las estrategias publicitarias más agresivas e innovadoras. Convirtió la elección de la actriz que iba a interpretar a Escarlata en una inmensa campaña, y haciendo al mundo saber que Bette Davis, Jennifer Jones, Katherine Hepburn y Lana Turner habían sido consideradas para el papel.

A lo largo de la película, mientras ve cómo su idílica vida en la plantación Tara se va a pique y pasa por un amor no correspondido hacia Ashley Wilkes (Leslie Howard) y una relación tempestuosa con Rhett Butler (Gable) y pone a Dios por testigo de que nunca volverá a pasar hambre, Escarlata es un personaje demasiado bueno para ser cierto. No solo logra ser una arpía manipuladora sin perder un ápice de nuestras simpatías; por encima de todo, es una mujer moderna, que toma el control de sus aventuras sexuales y de su destino económico.

Hay un último motivo que explica el deslumbrante volumen de negocio logrado por la épica de amor y guerra que vio la luz tal día como hoy: eran otros tiempos. Las películas permanecían en cartel durante meses. La oferta televisiva era escasa. La piratería no existía. Y los gustos eran distintos. De estrenarse hoy, ¿lograría el mismo éxito? En realidad la pregunta es otra: ¿qué productor estaría hoy tan loco para tomar los riesgos que en su día tomó Selznick?