Doce cuentos que escenifican el mal a través de sus muchas manifestaciones y que además se preguntan constantemente qué es lo que lo produce en los seres humanos. Estos son los quebraderos de Valeria Correa Fiz, abogada de profesión que se ha reconvertido en escritora y ahora publica su primer libro de relatos, La colección animal.

—Ha elegido doce cuentos para su debut.

—A mí me gustó leer mucho desde siempre, pero como hobby, algo que haces en paralelo a tu vida, sin ninguna expectativa. Entonces, hace diez años me fui de Rosario (Argentina), y empecé a trabajar en gestión cultural en Estados Unidos, y empecé con los clubes de lectura. Fue así como terminé en Milán, en el Instituto Cervantes, donde empecé a dar talleres de escritura, y de ahí es un poco más la inquietud por escribir asiduamente.

—No es una recién llegada.

—Conocí a la escritora Clara Obligado, y ella me dijo «pero, ¿vos escribís?» Yo le dije que escribía para mí, y respondió: «ah, eso está muy bien, si te ves con 70 años con los cajones llenos de cosas que no vio nadie más que vos y estás contenta...» Claro, eso fue una pregunta muy movilizadora, en el sentido de que me di cuenta de que tenía un proyecto literario, escondido de mí misma. Por eso digo que el libro se armó prácticamente solo, en el sentido de que yo tenía un montón de material Y me di cuenta de que el 99% de los cuentos que yo tenía ahí estaban estructurados alrededor del mal, ¿qué es?, ¿cuál es su génesis?, ¿cómo se puede identificar...? Entonces me pregunté también si era el mal lo que nos definía como especie, de ahí el título de La condición animal.

—¿Cómo se deja ver el mal en sus cuentos?

—El libro es la escenificación de distintos casos del mal. Desde el mal organizado, que viene del Estado, el mal como una zoología errada (las enfermedades mentales o físico), el mal como venganza... En realidad son cuentos bastante cinematográficos, más allá de la pregunta filosófica que esconden.

—Deja entrever que el mal tiene que ver con la condición humana (cerebro más instinto).

—El libro no tiene la respuesta a esa pregunta, pero escenifica algunas situaciones donde el mal aparece en varias de sus formas. Sí que trabaja mucho el concepto de lo siniestro, es decir, lo que desbarata la paz, el equilibrio. No es nada sobrenatural, solamente algo que no debe ser revelado, y cuando lo hace supone un factor de desequilibrio.

—Además del mal, ¿existe algún concepto que atraviese todos ellos?

—Puedes leerlos en el orden que sea, pero yo intenté hacer una estructura fuerte aún así. Lo divido en cuatro secciones, y en cada una hay tres cuentos. Cada sección tiene el nombre de tierra, aire, fuego y agua, en ese mismo orden en el libro, y eso afecta a los cuentos. Los de tierra, por ejemplo, tienen una atmósfera donde este elemento está muy presente, de forma plástica y empírica, pero también de forma metafórica, resignificando así el elemento. En la sección del fuego, por ejemplo, puede haber un incendio, pero también se trata como un elemento pasional. También le di cierta circularidad, con algunos elementos del primer cuento que aparecen en el último, pero insisto en que son autónomos.

—¿Qué le atrae del género?

—Yo también escribo poesía, y de alguna manera me parece que tanto ésta como el cuento son géneros que tienen mucha capacidad de condensación, que, cuando están bien conseguidos, puede mostrar a través de un detalle todo un universo. Me interesa explorar ambos porque a través de la brevedad se puede captar un cosmos. Yo soy de Latinoamérica, y ahí y también en EEUU existe una gran tradición cuentista, mucho más que en Europa. Todos los autores del boom latinoamericano eran grandes cuentistas, como Borges o Cortázar. Aun así yo creo que estamos en un gran momento para el cuento en España.