La Academia de Cine concedió ayer su Medalla de Oro a "un escultor de la luz", el director de fotografía José Luis Alcaine, que resumió con esta metáfora su labor y que agradeció el galardón, así como la oportunidad de reencontrarse con la "gran cantidad de amigos" que le ha deparado el séptimo arte.

Alcaine (Tánger, 1938) recordó los más de 55 años de profesión a su espalda, incluyendo aquellas jornadas nocturnas cobradas en "negro" en un laboratorio de fotografía, para costearse la vida en Madrid en sus comienzos. Desde entonces, más de 125 películas han contado con lo que el productor y director de la Academia de Cine, Enrique González Macho, encargado de entregarle la medalla --por la noche lo celebró con una cena a la que asistieron sus amigos--, llamó su "maestría y personalidad, siempre puesta al servicio de la película".

González Macho ensalzó su "modestia" y el hecho de que se distinga a Alcaine dentro de la de por sí larga tradición de buenos directores de fotografía del cine español, un trabajo avalado hasta el momento con cinco goyas: El sueño del mono loco (1989), Belle Époque (1992), El pájaro de la felicidad (1993), El caballero Don Quijote (2002) o Las trece rosas (2007).

"Este es un premio distinto, porque entiendo que lo es a toda una generación que me ha acompañado", reconoció Alcaine, quien aseguró que se ha divertido y que ha aprendido en cada película, "incluso en las malas".

El director de fotografía destacó además que lo que más le debe al cine son los amigos creados en todos estos años de profesión y citó concretamente el nombre del malogrado Fernando Fernán Gómez.

Sobre su profesión, destacó que consiste en "trabajar con la luz, modelarla como si fuese una escultura, lo que es difícil de prever y exige una continua adaptación a las circunstancias, a los actores", razón por la que ha dicho recelar de quienes trabajan presos de un stotyboard.