El trío de San Petersburgo Oligarkh (Victor Volcovich, electrónica y percusión; Evgenii Bugaev, batería, y Anton Chizhenok, videojockey) llegó el domingo a Pirineos Sur para mostrar cómo las gastan musicalmente hablando los músicos jóvenes en la controvertida era Putin. Musical y visualmente, pues en Oligarkh tan importante es la música como las imágenes que le acompañan, pues no en vano en Rusia nació el director Serguéi Eisenstein, a quien tanto debe el montaje cinematográfico. En Oligarkh, a golpe de influencias de creadores como Prodigy y Major Lazer, de atmósferas de electrónica oscura y de sampleos de liturgia ortodoxa y folclore patrio, elabora un corpus sonoro que puede llevarte tanto a una catedral como a una discoteca o a un teatro (ahí está, sin ir más lejos, la pieza Lebedi, singular recreación de un fragmento de El lago de los cisnes, de su compatriota Peter Tchaikovski). Un collage musical poderoso, hipnótico y evocador, tanto como ese preciso, meditado y espléndido montaje de imágenes extraídas de películas históricas, documentales, manifestaciones folclóricas, filmaciones de la era comunista, viejos clips de televisión...

Alguien ha dicho, y con razón, que la colisión músico-visual de Oligarkh representa las realidades distópicas de la Rusia moderna. Más gráficamente podría decirse, y retomamos la referencia a Eisenstein, que lo de estos chicos es, por su logradas factura y resolución, una especie de Acorazado Potemkin de la música. O de la música en directo, para ser más concretos. Aunque muestre otro tipo de revolución y otro modelo de país.