Martin Landau, el actor de carácter conocido por sus papeles en las series Misión imposible y Espacio: 1999, o gloriosas entradas en las filmografías de Hitchcock, Coppola, Allen y Burton, falleció el sábado en Los Ángeles con 89 años. Había sido hospitalizado por una enfermedad no revelada.

Con su notable altura (1,85 metros) y mirada intimidante, Landau, que empezó trabajando como ilustrador, lo tenía fácil para encontrar papeles de villano. Ya en su segunda película encarnó a uno memorable: el secuaz (gay, por iniciativa del propio Landau) del espía encarnado por James Mason en Con la muerte en los talones, de Alfred Hitchcock.

SOLDADO ROMANO

Tras pasar por Cleopatra como soldado romano o La batalla de las colinas del whisky como ¡jefe sioux!, Landau pasó a formar parte durante tres temporadas del reparto de Misión imposible, del lado de Barbara Bain, a la que había conocido en el Actors Studio y que sería su esposa entre 1957 y 1993. El agente de múltiples caras Rollin Hand sirvió a Landau para dar buena cuenta de su versatilidad, pero la industria insistió en verle como el malo a pesar de todo.

Después de pasar, otra vez con Bain, por la mítica serie Espacio: 1999, como comandante de la base lunar Alpha, Landau encadenó en los 80 muchos títulos fantásticos y de terror, algunos (muy pocos) mejores que otros. De aquella época destaca el slasher Solos en la oscuridad, de Jack Sholder, con Landau como uno de los cuatro enfermos mentales (otro era Jack Palance) fugados de un manicomio y decididos a vengarse de su nuevo doctor.

A finales de década, Martin Landau era rescatado por Francis Ford Coppola en Tucker: Un hombre y su sueño, en la que encarnó al compañero de negocios del ingeniero automovilístico titular, interpretado por Jeff Bridges. Ese mismo 1989 rodó, a las órdenes de Woody Allen, Delitos y faltas. Con su personaje de oftalmólogo adúltero y desprovisto de moralidad obtuvo premios importantes.

SE LE RESISTIÓ EL OSCAR

Entonces el Oscar al mejor actor secundario se le resistió, pero la Academia de Cine quiso cedérselo cinco años después por su papel de Bela Lugosi en la sublime Ed Wood de Tim Burton. Landau parecía comprender a la perfección a Lugosi, quien tras dar vida a un icónico Drácula en 1931 había luchado en vano por desligarse de los papeles de malhechor que le habían, literalmente, encasillado.

El Oscar revitalizó ligeramente la carrera de Landau, al que pudo verse en la primera película de Expediente X o el drama de póquer a reivindicar Rounders. En las dos últimas décadas, algunas de sus películas más importantes fueron Shiner, City of Ember: En busca de la luz y Remember. En televisión todavía fue reclamarado para rodar unos cuantos capítulos de El séquito (que le valieron un incluso un premio Emmy) y Sin rastro.

El pasado fin de semana, fatídico, se llevó también a George A. Romero, con quien Landau había cruzado caminos en sus inicios. A sus 19, Romero había sido chico-para-todo en el rodaje de Con la muerte en los talones, como recordaba el actor y cómico Patton Oswalt a través de Twitter. Todo está conectado. O, como mínimo, todos los grandes están conectados.