Tengo para mí que este nuestro gobierno sigue sin entender la importancia que mantiene la agroalimentación en el futuro de nuestra comunidad. No se trata tanto de las cifras económicas, que también; o de mantener una actividad que permite sostener la vida en nuestro amplio y despoblado medio rural. Probablemente, desde su ¿ideología? liberal apuestan por las grandes empresas, también en la agricultura, ganadería y transformadoras.

Pero la realidad es tozuda. Y muestra que la mayoría de nuestras entidades agroalimentarias, sean empresas privadas, sean cooperativas, son de tamaño mediano tendiendo hacia lo ínfimo.

Quienes crean en grandes corporaciones, como sucede a nivel mundial en este campo, dominado por diez entidades que controlan el 70 % de lo que llega a nuestra mesa, no verán apenas interés en nuestro agro, salvo por su enorme superficie. Pero aquellos que apuestan por la biodiversidad, por productores asociados para vender mejor el fruto de su esfuerzo, por una agricultura biológica y por mantener el medio ambiente, por la transformación en cercanía, etc. tienen en Aragón un auténtico paraíso.

La escasa industrialización, el enorme y diverso territorio con que contamos, la propia distribución poblacional de Aragón, hacen posible, si se apuesta por ello, en convertir este "y donde hay agua una huerta" en la nueva Toscana española. Un lugar donde se genere valor añadido gracias a agroindustrias artesanas, bien dimensionadas, que apuesten por la calidad y la sostenibilidad. Se sabe hacer.

Otro asunto será vender la producción, sensibilizar a los propios --Zaragoza debería ser el gran mercado aragonés-- y no tener miedo a salir al exterior. Alemanes, daneses, nórdicos en general, consumen con alegría, y los bolsillos dispuestos, nuestros alimentos ecológicos, y la tendencia sigue al alza. Solo falta, pues, transformárselos con mimo y calidad y ponérselos en casa. No es tan complicado, de verdad, y este es nuestro deseo para el año entrante. ¡Viva el optimismo!