El matador ejeano Alberto Álvarez cortó ayer las dos orejas al quinto toro de la segunda de feria en la plaza de toros de Tarazona. A la res, con el hierro de Cebada Gago, se le distinguió con la vuelta al ruedo. Su labor, un prodigio de temple y dominio de los terrenos resultó ejecutada en apenas dos metros cuadrados.

El magnífico toro reunió muchas de las virtudes de una res brava de verdad: prontitud, largo recorrido, embestidas descolgadas y durabilidad. Es ese tipo de toro que descubre a un mal torero pero Álvarez no sólo lo exprimió sino que además corrigió un molesto cabeceo de inicio. Faenón de gran nivel.

Fue el único toro que ofreció facilidades en una corrida engañosa que adoleció de fuerzas, buscó con demasiada frecuencia el refugio de las tablas, pidió el carné a profesionales y que, aunque no resultara escandalosa por evidente, tuvo mucho que torear.

Antes, Álvarez había despachado un toro feo de hechuras que prendió al subalterno Javier Gil al intentar alcanzar el burladero. Le infirió una cornada de 20 centímetros en la ingle de la que fue asistido en el hospital Reina Sofia de Tudela.

Su desempeño, con la res acobardada en las tablas, fue muleteo porfión y encimista, culminado con dos pinchazos antes de dejar una estocada. Lo único posible.

Tuvo que emplearse Paulita con un toro manso pero de engañosa movilidad en primer turno escapando por poco de tarascadas y hachazos por ambos pitones. Su labor, sustentada sobre sólidos fundamentos habría merecido la oreja si la espada, a juicio del palco, no hubiera quedado un tanto defectuosa a pesar de resultar fulminante.

Su segundo, siempre con la cara por encima del palillo de la muleta fue despachado de media estocada efectiva. Aún así, el de Alagón buscó una rendija para dejar constancia de su acreditado sello en el manejo del percal. Casi lo único posible de un lote muy complicado ante el que se mostró muy solvente.

Algunos pitos se escucharon tras el arrastre del sexto toro para el local Pepe Mayor que sorteó de modo elusivo a su primero, vaciando los viajes siempre por arriba, evitando un compromiso que se advertía de demasiada enjundia para su atípica carrera.

Ayer, su proverbial buena estrella se apagó.