Descifrar su existencia como mujer y como artista es uno de los propósitos que han guiado desde sus inicios la trayectoria de Alicia Vela (Villalengua, Zaragoza, 1950). Lo constató Glòria Picazo durante la exposición en la galería René Metras de Barcelona, en 1990. La pintura de Alicia Vela, escribió Picazo, es una forma de sincerarse con ella misma y expresa la necesidad de interiorizar aquellas cuestiones fundamentales que enmarcan hoy la existencia humana, despreciando banalidades. En una entrevista reciente de Estrella de Diego a Hélène Cixous, la pensadora francesa declaró que pintar y escribir se parecen mucho, pues ambas actividades hablan de cierta hospitalidad sin la cual ningún ser humano podría vivir. Es la hospitalidad de las grandes obras de arte. Algo profundo que nada tiene que ver con las acciones políticas o mediáticas. Alicia Vela anhela esa profundidad y, como Cixous, está convencida de que las cosas no son tan diferentes a lo largo del tiempo. Es así que Vela apela a la memoria a través de sus obras, de la investigación y de la docencia; los tres ámbitos que centran su actividad. «Yo soy un conjunto de otros yoes» es la voz de Cixous que siempre la acompaña. «Me reconozco en este enunciado como cuerpo receptivo de otras muchas voces, voces que me rozan y que pertenecen a la identidad que me representa: mujeres. Todas ellas y otras muchas crean el tejido que nutre las capas de mi mente, una mente frágil donde los olvidos aparecen, van y vienen. Para recordarlos, anoto en mis agendas retazos de esas palabras amorosas que en algún momento encendieron la luz de la dendritas de mis neuronas, ello me permite viajar entre páginas y rastrear aquellos fragmentos de escritura que como gestos me ayudan a caminar. Frases de pensamientos que, a modo de microrrelatos, esgrafían la materia pictórica», escribió Alicia Vela para el proyecto Círculo de tiza. Imágenes y voces que interrogan, en el que presentó las anotaciones que había tomado durante la conferencia de Cixous en el Macba (2007). Junto al cuaderno, la narración pictórica Voces, por ser la palabra escrita sobre la superficie de los lienzos la única imagen que persevera en la memoria de las mujeres a las que cita; y el mapa neuronal Cuerpos que importan, una intervención en la pared que incluyó el título del ensayo de Judith Butler con el ánimo de reivindicar la palabra y el pensamiento de la mujer.

La memoria

La memoria es fundamental en la obra de Alicia Vela, pero fue durante el proceso de Alzheimer que su madre sufrió cuando quiso saber más. Visitó laboratorios y vio a través del microscopio un trocito de hipocampo de un ratón que permitía estudiar alteraciones neurodegenerativas. Quedó sorprendida, cuenta, cuando visualizó la tinción que posibilita ver las células de color magenta, verde o azul. Siempre le habían fascinado los dibujos de Ramón y Cajal y quiso homenajearle dibujando las redes neuronales, las pequeñas prolongaciones capaces de ser receptoras de nuestros estímulos y emociones, que el científico denominó «besos protoplasmáticos». Dicen que cuando el cerebro está activo, las dendritas se iluminan. Son esos puntos de color los que recorren el espacio, ramificándose para crear otros cuerpos de materia y de representación, en las intervenciones de Vela. En la exposición con el colectivo 13L en el Museu Monjo (2016), el dibujo en la pared de un beso protoplasmático acompaña a uno de los libros de la serie Memoria helada. Son libros de grandes artistas que Alicia Vela consultó hace ya mucho tiempo. Tanto que los había olvidado hasta que los recuperó en Villalengua. Con su decisión de envolverlos en porcelana, evitando que puedan ser abiertos y consultados, parece aludir a la imposibilidad de recordar o quizás a la urgencia de preservarlos del olvido. El libro encapsulado es la monografía de Van Gogh; a la que Alicia Vela hizo mención en la entrevista de Juan J. Vázquez para la revista Menos 15. De su historia, la artista decía que le gustaba crear imágenes, perderse en un mundo de sueños. Recordaba abstraerse dibujando en los cuadernos y garabateando todos los papeles que encontraba. Su infancia transcurrió en Villalengua y en los años 60 llegó a Zaragoza. Primeros contactos con la pintura, primeras copias de postales de paisajes, primeros trabajos del natural y primeras copias de cuadros de Manet y Van Gogh. La infancia aflora en la madurez. Quiso que el catálogo de su exposición de 1996, en la Escuela de Artes de Zaragoza, se abriera con una fotografía escolar posando contenta con un libro en las manos. Siempre ha sido así.

Necesidad de contar

«Abro los ojos a las dimensiones incomprensibles de la realidad. Cierro los ojos y me deslizo en el sueño. Traspaso desde la niebla el espejo, al atravesarlo, encuentro otra casa: la casa del espejo. Lo nombro y gozo de la palabra y de la imagen. Entre brumas, encuentro un mundo oculto, casi mágico: es el reflejo. Y ese deslizarse en el sueño fluye. [...] La casa del espejo es una metáfora que refleja y reconstruye una realidad pasada buscando claves de nuestra memoria y de nuestra identidad», escribió Alicia Vela en el catálogo de la exposición Erzählungen/Relatos (2005). Su necesidad de contar, de «recuperar el murmullo perdido en la memoria de la narración» está en el origen de su apropiación de Alicia, la del cuento, que Alicia Vela convierte en su alter ego, para así situarse en la frágil pantalla del espejo, «lugar y reflejo de muchos momentos de nuestras vidas», escribe. La progresiva incorporación en sus obras de un determinado código de imágenes de simbolismo alusivo a la autoexploración, suficientemente hermético para preservar su intimidad y hacerlo colectivo, deriva en otras narraciones posibles. Alicia Vela hace suya la reflexión de Luce Irigaray: «... Cómo hablar del otro lado, se preguntó Alicia. Porque, en materia de maravillas, ella había descubierto que era más de una, y que una sola lengua no podía significar lo que tenía lugar entre ellas... A la espera de otra mañana, volvió a pasar detrás del espejo, y se encontró entre toda(s) ellas».