Hace unos decenios el Gobierno de Aragón se las vio y se las deseó para encontrar un restaurante donde invitar a una colación. Era un nutrido grupo de generales europeos que participaban en unas maniobras militares a los que se quería agasajar; pero tan singulares personajes eran de cenar más bien temprano, a eso de las siete... cuando aquí algunos aún salían de la sobremesa. Pidiendo favores y preguntando, se consiguió finalmente un selecto restaurante, de los de mantel de hilo, donde los militares pudieron saciar su hambre y disfrutar de la buena gastronomía zaragozana.

Tiempo después la situación ha mejorado algo, pues ya tenemos establecimientos, como Parrilla Albarracín, donde comer a cualquier hora del día. Sin embargo, y ante la que se vecina, los restaurantes puros -esos que no disponen de bar, ni de barra- quizá deberían replantearse un negocio con horarios al público de unas cuantas horas al día.

Es lo que ha hecho en Huesca, el conspicuo Las Torres. Comenzó en agosto, de forma experimental, a ofrecer almuerzos a sus clientes, una costumbre bastante extendida por la capital altoaragonesa. Y la propuesta se ha quedado de lunes a viernes.

Dos entrantes, un plato a elegir -garbanzos con carrillera o lasaña de ternera (este era el menú la semana pasada)-, culminados por un huevo frito, vino o cerveza, gaseosa pan y café. Todo ello con las características de un auténtico restaurante de lujo, impecable vajilla de diseño, calidad de cocina, excepcional género, esmerado servicio, etcétera.

Mientras esperamos que algunos colegas suyos zaragozanos copien la idea -al propietario oscense, Rafa Abadía, no le importa-, reinventen sus negocios para rentabilizarlos y nos amplíen las perspectivas a los clientes -que podríamos hacer almuerzos de trabajo, una alternativa a las largas comidas-, sepan el precio del almuerzo oscense: tan solo diez euros. No es una errata y, por supuesto, compensa el viaje y a ellos el trabajo.