Las raíces literarias del Viejo Sur norteamericano están, naturalmente, muy vinculadas al nombre casi sagrado de William Faulkner; tanto, que casi se identifican con él. Siendo, en realidad, que Faulkner, con todo su talento, no fue sino una continuación, seguramente una conclusión, un epígono de otros escritores que antes que él descubrieron el filón literario de la cuenca del Missisisipi, su increíble amalgana de tramperos, indios, buscavidas, negros, fulleros, capitanes de barco, predicadores, damas de la alta sociedad, presidentes y pícaros.

Ese Sur tan dependiente de sus plantaciones de algodón y café, y de tabaco, claro, hunde sus dedos en la fértil tierra, para la ficción, del siglo XIX.

Autores como Mark Twain, por ejemplo, ya habían desarrollado, mucho antes que Faulkner, una épica, una mística, una picaresca del Sur. Uno de sus grandes personajes suyos, Huckleberry Finn, es al mismo tiempo un final de casi nada y un principio de casi todo porque el Mississipi no va a ser nunca, en la novela, un río lineal, sino circular como las ruedas de sus barcos de vapor, ensimismado en sus orillas, donde el reflejo plateado de las palabras se confunde con el de los peces, o con el brillo de los revólveres y cuchillos.

El Viejo Sur vuelve a estar de moda porque Navona Ficciones acaba de dar a la imprenta una nueva edición de El camino del tabaco, de Erskine Caldwell, un auténtico clásico, o clasicazo, que viene tutelado por la traducción y el prólogo de Horacio Vázquez-Rial, a quien tuve el gusto de conocer hace años, y con quien compartí colección narrativa.

Caldwell, nacido con el siglo XX, se consagró con esta novela, escrita con apenas treinta años, y con El predicador, otra joya con la que recorría la abigarrada humanidad de ciudades como Augusta, en Georgia, donde transcurre El camino del tabaco.

Que cuenta la historia de una serie de personajes no tan desarraigados como desarrapados. Sobre todo, de un tal Jeeter Lester, que permanecerá en la memoria y en la retina (es muy visual) de los lectores en tanto que resulta en sus hechuras psíquicas y físicas francamente representativo de su sureña suciedad. Es un tipo a la búsqueda de una utopía, no de un trabajo. Los viejos campos de algodón, la agricultura tradicional está pasando a la historia y son ahora las hilanderas, enmarcadas en los ecos y consecuencias de una primera revolución industrial, las que marcan el paso del trabajador y el peso de los salarios.

Lester, no obstante, tratará de resistirse a la llamada de los tiempos y luchará por aferrarse al cultivo convencional, sin salirse del camino del tabaco y de sus pipas de madera.

Un personaje que, dentro de su mezquindad, de su zafiedad, acaba alumbrando un cierto simbolismo, y conquistando el corazón del lector. Como conquistó el de John Ford, que llevaría al cine este argumento con mucho éxito, de la misma manera que, en su versión teatral, permanecería en Broadway más de una década con el telón levantado.

Una ocasión hermosa para regresar al camino del tabaco.

Título: «El camino del tabaco»

Autor: Erskine Caldwell

Editorial: Navona Ficciones