Apropósito de la confusión de Warren Beatty en los Oscars, ¿a quién puede extrañar que un tipo que siempre se equivocaba con el nombre de la chica se equivoque con el de una película? Además de recordarnos que la mala memoria es más humana que el mejor guión, el viejo Warren, junto a la siempre joven Faye Dunaway, nos devolvió el recuerdo de aquella América profunda de Bonie&Clyde, con bigotudos marshalls y arrapiezos blancos, nietos de colones mormones, visionarios y asesinos de indios que soñaban con atracar ranchos o gasolineras y huir del sheriff por caminos rurales. Esas rutas de polvo y girasoles que siguen ahí y que conducen a los graneros del voto conservador que ha aupado a Donald Trump, la próxima revelación del cine bélico.

Por esas autopistas y caminos rurales ha estado conduciendo su mini--Cooper el poeta Manuel Vilas, con el resultado de una experiencia original y un libro, América (editorial Círculo de Tiza), en el que, a modo de irónico cuaderno de viaje, se recogen sus impresiones de las mejores etapas.

Vilas, como narrador, ha encontrado en el humor uno de sus platos fuertes y sus textos, de Miami a Syracusa, de Houston a Nueva York, se leen con una sonrisa, siendo su trasfondo tan serio como esa América blanca, rubia, insolidaria, que van reflejando línea a línea, ciudad a ciudad, personaje a personaje los comentarios y observaciones del autor.

En Chicago, todos los camareros y empleados son latinos, gallegos, afroamericanos, ninguno ha votado a Trump y todos le dicen a Vilas que están hartos de vivir allí y que a Gringolandia le quedan dos telediarios. Pero el país sigue, como seguirán las hamburguesas humeando en las planchas, los parques de atracciones, los descomunales puentes que unen estados, pero por los que apenas circulan vehículos, los ferrys por el lago Michigan a ocho bajo cero, las visitas a la casa de Edgar Allan Poe, a la casa de Hemingway, a la casa de Whitman y, sobre todo, a la Casa Blanca, cuyos inquilinos son encumbrados a santones del universo, para ser luego minuciosamente olvidados.

El autor elogia lo grande de América, su Warhol, su espíritu, sus Universidades, y critica lo zafio, lo odioso, la bulimia, el racismo, pero siempre con esa tierna ironía de poeta enamorado que celebra la salida del sol o una serie de TV.