Los antiguos griegos ya especularon con que la Luna estaba habitada por unos seres llamados selenitas. En su apariencia, nada que ver con los marcianos belicosos con cabeza en forma de cerebelo gigante de Mars attacks!, las máquinas devastadoras de La guerra de los mundos, las vainas procedentes del espacio exterior de La invasión de los ladrones de cuerpos, el extraterrestre pacifista de Ultimátum a la Tierra o el xenomorfo de Alien, el octavo pasajero.

Si casi todos los planetas se ha convertido en una amenaza en el cine de ciencia ficción, el satélite la Luna acostumbra a ser poco amenazante e idealizado, un sitio lejano al que ir para hallar nuevas formas (positivas) de vida, aspectos que enriquezcan el conocimiento humano (como se dice en First man) o recursos que mitiguen el empobrecimiento de la especie terráquea. Es un satélite positivo y un lugar mítico. El hombre lo ha pisado en una ocasión, cosa que no ha hecho en Júpiter o Saturno, pero la Luna sigue siendo una quimera científica después de ser, durante la guerra fría, el acicate entre estadounidenses y soviéticos para ver quien era más rápido y eficaz en la carrera espacial.

El cine se tomó la Luna casi a guasa en sus inicios: Georges Méliès transformó en un delirante vodevil su Viaje a la luna, de 1912 y con unos selenitas con malas pulgas. Hollywood hizo en los 50 y 60 producciones amenas de serie B como La gran sorpresa o De la Tierra a la Luna, según Julio Verne o con argumentos más aventureros que científicos. El Enterprise, la nave de Star trek, nunca llegó a dominios lunares, pero la conquista del espacio catódica o cinematográfica no sería lo mismo sin esta serie pop. El único que se puso serio fue Fritz Lang: La mujer en la luna, de 1928, parece, vista hoy, un documental de anticipación sobre el funcionamiento de los cohetes espaciales y la cuenta atrás.

En las tres últimas décadas han proliferado las películas con realistas antes que las especulaciones fantásticas, terroríficas y aventuras, terreno acotado a Marte, caso de Planeta rojo y Misión a Marte, o a fabulaciones crepusculares como el Space cowboys de Clint Eastwood. Elegidos para la gloria, según la novela de Tom Wolfe, explora con acritud la carrera espacial y la testosterona de quienes desafían la velocidad del sonido. Apolo 13, protagonizada por Tom Hanks, reconstruye una misión frustrada a la Luna. Moon, de Duncan Jones, presenta la soledad de un astronauta-minero en la Luna de manera bien distinta a cómo Ridley Scott ha mostrado esa misma soledad en el planeta rojo en Marte (The martian).

El espectáculo ha dado paso a la introspección. En este contexto, un filme sobre el viaje de Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, tripulantes del Apolo 11, aparece como algo lógico en una época de triunfalismos opacos y regresiones ideológicas. Aquellas imágenes televisivas de Armstrong pisando suelo lunar dieron la vuelta al mundo y fortalecieron a EEUU, pero ¿qué queda hoy de la carrera espacial? First man puede reabrir el debate.