Pilar y Ester llevan toda la tarde discutiendo. La madre no dice nada. Calla. Espera. Trata de reunir fuerzas. ¡Será para mí! ¡No, para mí! Yo soy mayor, aduce una. Más posibilidades de que falle el embarazo, ataca la otra. Tú ni siquiera tienes trabajo fijo. Y tú eres diabética. ¡Basta!, corta al fin la madre. La orden va acompañada de una enérgica palmada sobre la mesa y un mechón de cabello que escapa de detrás de la oreja. Ha llegado la hora de la amarga verdad.

No hay esperma congelado. No hay semen. No va a haber concepción. La noticia cae y arrastra con ella un sinfín de ilusiones y planes de futuro. Adiós a la maternidad. Adiós a ese privilegio reservado a las propietarias de esperma congelado. Los controles son extremos. Está terminantemente prohibida su comercialización. Solo pueden acceder a las reservas aquellas mujeres que, hace una década, ya aparecían como depositarias de la muestra. Este es el caso de la madre de las chicas. Hace 20 años le fue detectado un cáncer a su marido, justo cuando pensaban en tener un tercer hijo. Ante la posibilidad de que el tratamiento anulara su fertilidad, decidieron congelar esperma. Ahora podría acceder a ese banco. Este es uno de los casos contemplados por la Ley de Control Seminal. Una hija -solo una- puede acceder al banco de esperma de la madre, aunque la muestra se modifica para evitar problemas de consanguinidad.

Curiosos parecidos

Pero, ¿dónde ha ido a parar el semen congelado? Lo vendí, confiesa la madre. La estupefacción de las hijas se transforma en indignación, en rabia. Pero ¿cómo? Y, sobre todo, ¿por qué? La mujer señala la casa con la mirada. Sí, aquel desahucio que se frenó en el último momento hace cinco años, aquel supuesto milagro en el que un banquero bondadoso se apiadó de una pobre viuda desesperada fue todo una farsa. Existió ese hombre. Y paró el desahucio. A cambio de quedarse con las reservas familiares de semen. El mercado negro pare curiosos parecidos. La hija número 106 de Julio Iglesias es calcadita a Pilar cuando era niña.

Al otro lado de la ciudad, donde los barrios se transforman en montaña y las carreteras se deshilachan en múltiples pistas, un antiguo hospital acoge el laboratorio secreto denominado El Renacido.

Hace seis años que se está trabajando en la producción de semen artificial. El proceso ha sido mucho más lento de lo previsto, pero al fin lo han conseguido. Llevan todo un año almacenando provisiones. Cuando haya suficiente cantidad para el lanzamiento mundial se hará público. Entonces, tendrán que redoblar los esfuerzos en seguridad.

Granjas secretas

Nadie, nunca, bajo ningún concepto, debe saber la verdad. Los cuerpos masculinos siguen siendo necesarios. El esperma precisa la bolsa seminal para acabar de producirse. Por todo el planeta se han diseminado granjas de hombres. Son absolutamente secretas. De cuando en cuando se hacen redadas de hombres, suele optarse por cuerpos problemáticos o desafectos al nuevo régimen. No duran mucho. Ese también es un problema para la explotación. Por ello se está estudiando el primer espécimen capturado. FemiAbascal sigue vivo.

Ya son casi las nueve. Cuatro mujeres tienen una cita en casa de la premio Nobel de medicina. Elsa ha cambiado la rima consonante por la asonante. Ahora ya no es alcaldesa, sino la flamante presidenta del país. Su extraordinaria gestión de la crisis de la Impotencia, como si supiera desde el principio a qué se enfrentaba la sociedad, disparó su popularidad. El Falcon oficial acaba de aterrizar, llegará unos minutos tarde. Angélica, la mujer hecha a sí misma, autora de la celebérrima teoría de ‘la envidia de micropene’, arrastra noches de insomnio. No sabe si es la inquietud o es la falta de sueño la que le provoca esa ansiedad inexplicable. El taxista no deja de mirar por los espejos retrovisores. Él tampoco debe dormir bien.

Concha, la Patriarca, acude a la cita con su P-móvil. Le encanta saludar al pueblo desde su nuevo auto. Reparte sonrisas y bendiciones a partes iguales, cada fiel es un renglón en su cuenta de beneficios. Sira, siempre con ese aspecto sombrío, como si cargara con todos los males del mundo, ha preferido llegar dando un paseo. En su inventario empiezan a acumularse las pérdidas. Más bien las ausencias.

Ya se encuentran las cinco mujeres. No se ven desde hace justo una década. La anfitriona se ha hecho más vieja, y también más impaciente. Ya sabemos, la sociabilidad no es su punto fuerte. Tampoco los prólogos.

Señoras, ha llegado el momento de tomar una decisión. ¿Seguimos o revertimos?

Mañana, el primer capítulo del relato de Josep Maria Fonalleras.