Z, la ciudad perdida

James Gray

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AVENTURAS

Tras varias películas desarrolladas en la intersección entre el melodrama y lo policiaco, con títulos tan relevantes como La otra cara del crimen y La noche es nuestra, James Gray, auténtico francotirador en el Hollywood actual, capaz de hacer cine de género americano a partir de referentes europeos (Luchino Visconti, Federico Fellini), dio un paso fuera del thriller urbano contemporáneo con El sueño de Ellis. Era su primer filme de época, ambientado en el Nueva York de 1921, el de la primera conciencia del crimen organizado y la inmigración europea, el mismo revisitado por Francis Ford Coppola en El padrino 2 y por Martin Scorsese en Gangs of New York.

Con su siguiente Z, la ciudad perdida, Gray sigue anclado en un tiempo pretérito -en esta caso, los primeros compases del siglo XX, antes y después de la primera guerra mundial- y aún cambia más de tendencia genérica. Se trata de otra mezcla, en este caso de drama y relato de aventuras primigenias: es la historia, basada en personajes y hechos reales, del cartógrafo y militar británico Percy Fawcett, obsesionado con encontrar los rastros de una civilización en la selva del Amazonas, representada por la legendaria ciudad perdida a la que dio el nombre de Z.

Ese nombre, Z, otorga cierta cualidad pulp a la historia y a las imágenes del filme. Pero Gray, cineasta concienzudo donde los haya, entreteje ficción y realidad histórica hasta obtener una película muy personal que cabalga, libre, entre las odiseas cinematográficas dedicadas a los conquistadores y otros intentos de hacer cine de aventuras más allá de la ortodoxia del género, caso de Las montañas de la Luna, olvidada cinta de Bob Rafelson rodada en 1990 y centrada en una expedición británica a las fuentes del Nilo en 1850.

Gray mezcla romanticismo victoriano, la influencia bélica de la época, el ansia de conocimiento, drama familiar y aventura física hasta configurar una de sus obras más atrevidas, quizá no tan redonda como sus thrillers melodramáticos sobre familias de delincuentes y la frágil línea que separa el bien del mal, pero igual de intensa, bella, personal.