Una exposición antológica del pintor Miguel Ibarz (Mequinenza, 1920-Barcelona, 1987) se abrió ayer en el Museo Camón Aznar de Ibercaja, en Zaragoza y permanecerá hasta el 20 de junio. La muestra se compone de más de 50 piezas creadas a lo largo de 40 años (entre 1947 y 1987) por este pintor poco conocido en Aragón, que se encuadra en la segunda vanguardia catalana, sobre todo de Barcelona, ciudad a la que marchó a vivir con sus padres a la edad de dos años.

Ibarz es un ejemplo, como Vázquez Díaz, de que la vanguardia no tiene por qué ser exclusivamente abstracta. Su pintura arrastra influencias cubistas, fauvistas y de la abstracción en general, pero está sujeta a una figuración expresiva, colorista y melancólica.

UN PINTOR DE TALLER

Como ha explicado el comisario de la muestra, Ricardo García Prats, Ibarz no era un pintor de caballete . "Siempre reflexivo, aprehendía de sus paisajes preferidos la esencia que plasmaba después en sus telas o papeles. Sus figuras no tienen modelo, sus paisajes son inventados. Era un pintor de taller".

Y de esa forma reflejaba "los volúmenes abstraídos de unas casas coloristas en medio de dos planos de color". García Prats señala que en todas las obras de Miguel Ibarz se deja sentir una composición pensada y estructurada: "Son unas estructuras bien trabadas. Todo denota sosiego y tranquilidad. Sólo los vivos y definidos colores dan un toque de excentricidad a las obras".

El pintor establece relaciones estéticas y misteriosas entre las figuras representadas. Son recurrentes las imágenes de niñas contemplando a pájaros enjaulados, y también los paisajes fluviales o marinos. El poeta José Hierro escribió sobre el Ibarz muralista en 1975 que una vez construido el esqueleto formal, la osamenta del cuadro, "deposita el color, lo convierte en llama, en cristal de vidriera, lo aplica con una aparente irreflexión ardiente".

La propia disposición de su pueblo natal, la antigua Mequinenza coronada por el castillo y aterrazada en la ladera sobre el río daba el tema de planos superpuestos que él más tarde trasladaría al Mediterráneo. Sus barcos son tan meditativos como los bodegones, pero en medio de paisajes iluminados por la poesía.

Tras una estancia en París, Miguel Ibarz regresa a Barcelona y a finales de los años 50 un viaje a Italia hace que el pintor, que se había formado en el noucentisme y en la estela de Picasso adopte una pintura más colorista y su paleta sea más densa. Ibarz se inclina por el fauvismo, pero sus colores son inventados y amables.

Utiliza la espátula para crear superficies de color imaginarias pero ancladas siempre en las posibilidades de la figuración. Todavía es posible imaginar mares de color magenta o cielos decididamente negros sobre playas y casas iluminadas. En los años 70, algunas de sus obras rayan lo abstracto. Hay pinturas en que el paisaje se limita a dos colores, el cielo y la tierra, y una línea sugiriendo el horizonte, mientras se va aclarando su paleta. Casi nunca habló de Mequinenza, pero mantuvo una extraña vinculación con ese pueblo natal. Su hijo decía ayer que la muerte le llegó en su periodo más alegre.