Miguel Ángel Tapia, director del Auditorio de Zaragoza lo tiene claro en el día de su despedida: «Cuando a alguien se le llama con nombre y apellidos, como Antón García Abril, es que la persona ha calado y ha dejado una huella tanto en lo popular como en los ámbitos clásicos y elitistas de la música de elaboración». Y es que el compositor turolense, fallecido el pasado miércoles, ha trascendido con su música. Algo solo reservado para los grandes tal y como se respiraba hoy mismo en la capilla ardiente que la SGAE ha habilitado en su sede madrileña para darle el último adiós a García Abril. Un lugar que ayer visitaron, entre otros, el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes y el compositor Luis Cobos.

En Aragón, hoy se ha recordado la figura del turolense. «Es uno de los grandes compositores de todo el siglo XX y XXI, se le conoce popularmente por su trabajo en el cine, pero es una gran personalidad de la composición a nivel internacional. Con todo lo que implica relacionarse con los mejores artistas y orquestas del mundo, que han estrenado obras suyas», explicaba Sergio Guarné, el gerente de la Orquesta Reino de Aragón, de la que García Abril era padrino de honor.

Tapia ahondaba más en su faceta musical: «Popularmente ha sido más famoso por sus series y películas pero ha dejado una serie de obras magníficas. Aquellas le sirvieron para luego tener una tranquilidad económica y para poder componer cosas tan importantes como la que dijo él que fue su gran obra, la ópera Divinas palabras y que sirvió para reinaugurar el Teatro Real».

La cineasta Laura Sipán dirigió un documental sobre su figura, El hombre y la música, y tiene claro cuál era la principal genialidad del músico: «Lo que yo pude asumir, de lo que él nos contaba, algo que él defendía públicamente, la defensa de la melodía. Es lo que le ha hecho más consagrado entre la música clásica. Ahora la melodía está muy aceptada, pero él fue muy valiente al defenderla, no estaba bien visto entre la música clásica».

Manuel Vilas lo conoció bien porque fue uno de los poetas elegidos para componer el Himno de Aragón junto al maestro: «Era un hombre muy culto, le gustaba mucho colaborar con escritores y poetas. Tenía mucha energía creadora. Yo entonces era muy joven, con 25 años. Fue muy bonito, para mí fue deslumbrante y hubo una convivencia magnífica. Recuerdo esos días con un enorme cariño», aseguraba.

En el terreno personal, Javier Sierra, otro turolense que ha traspasado fronteras lo recordaba así: «Antón y yo tenemos una relación muy especial, primero por nuestra cuna turolense y segundo porque ambos somos hijos predilectos de Teruel. Estuvo presente en la ceremonia en la que a mi me nombraron y tuvo un gesto muy bonito, se me acercó y me dijo 'oye, a partir de ahora me tienes que llamar hermano'. Ese gesto define el carácter de Antón, además de ser un genio de la música y una bellísima persona. Yo lo echaré de menos como artista, pero mucho más como hermano». Un genio de la música que, sin embargo, siempre se preocupaba por su familia, señalaba Sierra: «Él cuidaba mucho a su familia y la tenía muy protegida, pese a ser un artista internacional siempre tuvo su hueco para los hijos. Por encima de buen artista era una buena persona, y lo que él decía, un buen turolense».

Precisamente en su tierra, el Ayuntamiento de Teruel ha decretado tres días de luto y ya prepara un homenaje. Algo que también hará el Gobierno de Aragón. «Es uno de sus grandes genios de Teruel, como Buñuel o Chomón, y no estoy exagerando. Para Aragón, uno de sus grandes creadores. Nos deja huérfanos de todo lo que ha supuesto su implicación directa con la música y con otras disciplinas culturales como el cine», aseveraba el director del Centro de Estudios Turolenses, Nacho Escuín.