BUENAS TARDES A LAS COSAS DE AQUI ABAJO

AUTOR: Antonio Lobo Antunes

EDITORIAL: Mondadori

PAGINAS: 602

PRECIO: 24,50 euros

En esa suerte de cubismo sinfónico que António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) practica para plasmar los abismos de la conciencia, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo --su última narración traducida, cuyo título procede de un saludo del escritor francés Valéry Larbaud tras varios años de silencio patológico-- supone un nuevo intento de sacudir los fundamentos canónicos del género. Edificada sobre los mismos presupuestos estéticos que su obra maestra, Esplendor de Portugal , esta dilatada demostración de virtuosismo parte de un mínimo hilo argumental, el de un perverso tráfico de diamantes en la Angola poscolonial, para ahondar de nuevo en muchas de las obsesiones íntimas de este eterno aspirante al Nobel. Al tratar de valorarla en la que ya ha anunciado como una de las últimas entrevistas que concederá a partir de ahora a la prensa, Lobo Antunes exhibe las mismas dudas y los mismos afanes que suelen teñir sus textos con una humilde lección de humanidad.

-- Buenas tardes... está ambientada en Angola, su territorio predilecto.--La Angola de mis novelas es una ficción, un universo literario que podía haberse llamado de otra forma. Mi Angola está más cerca de Macondo o Yoknapatawpha que de la verdadera Africa. Sólo es el escenario de mis obsesiones.

--La Angola real, que usted sufrió como médico durante la guerra colonial, posee petróleo y diamantes, pero está entre los 16 países más pobres del planeta. Como escenario simbólico no deja de ser significativo...--Angola es de los países más ricos del mundo; por eso es pobre, porque tiene la desdicha de ser rico en un mundo de ladrones. Las historias pasan, pero el mundo sigue siendo igual de cruel. Aunque eso no me interesa tanto, a mí la trama sólo me sirve de clavo para colgar la novela. Lo que me fascina es el trabajo con las palabras, la creación de mundos propios. Para mí toda buena novela es siempre simbólica.

--Esos símbolos atañen en su obra a aspectos como la violencia, el terrorismo y, en esta su última novela, el racismo y la mentira de Estado.--Nada de eso estaba en mi cabeza al empezar la novela, la violencia del libro surgió a mi pesar. Yo trabajo hasta ser poseído por la creación, tengo que despertar la mano haciendo mil pruebas, tanteando. La novela trataba en las primeras versiones de sectas religiosas que luego desaparecieron. Por eso digo que aprendo a escribir con cada libro. No me gusta tener un libro en la cabeza; la literatura se hace con palabras, no con ideas.

--Teniendo en cuenta su proceso febril de escritura, el origen de sus novelas debe de estar más cerca de las vísceras...--Antes planificaba mucho, pero ahora parto de un detalle, un color, algún sonido... Las palabras crecen y el libro se forma casi solo, es tu mano la que hace el trabajo y la cabeza no hace más que vigilarla. El libro siempre escribe mejor que tú. Y gracias a eso descubres otras realidades: tus obsesiones, tus vísceras o esas emociones inefables que hay que cercar con símbolos. Como psiquiatra siempre me fascinó la forma en que la mente permite crear realidades diversas, y ahora aprovecho ese bagaje en mis novelas.

--En esa aventura formal, dos rasgos distintivos son las metáforas y la puntuación, de una peculiaridad manifiesta. ¿Qué papel les concede?--La clave está en dejar respirar la frase. Por eso utilizo mucho las comas y poco los puntos, por eso los encabalgamientos. Pero fue una conquista muy lenta. Las metáforas, que son como muletas de sentido, los adjetivos, todo se ha ido construyendo poco a poco, desde el hueso. Depurando lo accesorio, que es casi todo. En el fondo, el mío no es más que el itinerario de un chico que quería ser poeta y descubrió que no tenía talento.

--Usted es un escritor con una gran carga ética. ¿No aspira a influir de algún modo?--Sólo hago mi trabajo, como el médico o el carpintero. Si el libro logra algún objetivo, es mérito suyo, no mío. Los escritores son eslabones en una cadena que les precede y les pervivirá, a lo único que deben aspirar es a transformar de algún modo el arte de la novela. Yo lo intento porque no me satisface lo que se hace, pero tampoco confío mucho en ello. Mi único miedo es desilusionar a ciertas personas que tienen en mí una fe de la que yo carezco. Antes escribía contra mis maestros, para superar su influjo, pero hace tiempo que sólo escribo contra mí mismo, contra mis trabajos anteriores, para superar sus errores. Mi sueño es escribir una novela total, que lo contenga todo, incluso otros géneros, incluso la vida, lo que es una ambición imposible. En las dos o tres novelas que aún me queden por escribir desearía avanzar algo más contra el desánimo.