"Magallón trepa por una colina en cuya cumbre se alza una soberbia iglesia a punto de ser salvada de la ruina", escribió Fernando Lázaro Carreter en un artículo publicado en la revista Blanco y Negro en 1990. Asomados ayer a aquella balconada, donde "la vista se sume en un Aragón plano y vegetal al que imanta sin resistencia la absorbente Zaragoza" vecinos del pueblo miraban abajo la Casa de Cultura, el antiguo convento de Dominicos, que fué más tarde la escuela nacional y a la que se han recuperado sus arquillos. Junto al Huecha, "un río minúsculo que circunda el lugar con delgadez y sigilo de reptil"

Faltaba poco para comenzar el funeral en la iglesia y Juan Alberto Belloch, con el menisco dolorido, subió cabizbajo la larga escalinata hacia la iglesia con el abrigo crema, solitario, que parecía mismamente a Hamlet. Ante el pórtico esperaban la consejera de Cultura Eva Almunia, el viceconsejero Juan José Vázquez, el presidente de la Diputación de Zaragoza Javier Lambán y poco faltaba para la llegada de Marcelino Iglesias, que apareció finalmente al lado del alcalde local, Víctor Manuel Chueca.

Este alcalde y Lázaro Carreter sólo se conocieron por carta. El primero le invitó a las fiestas y el sabio le contestó recordando cómo eran en su niñez con aquella hoguera de la víspera del Santo Cristo, el 13 de septiembre. Anteriormente había escrito al alcalde saliente, Juan José Bona, animándole tras su derrota en las urnas: "... Y hay que pensar que nada es nuestro, que en todo estamos de inquilinos. Me dí cuenta penosamente cuando hube de ceder mi despacho en la Universidad a quien me sucedía: yo no era dueño de la cátedra a la que había consagrado lo mejor de mi vida. Y ya para siempre. Pero tu caso, por fortuna es bien distinto: puedes volver a luchar y a disputar lo que ahora has perdido". Una confirmación del pesimismo del hombre que sentía no poder conjugar el vebo hacer en futuro y que un día, al oírle el académico Chomin Yndurain con cáncer terminal, le replicó: "Fernando, coño..." mientras apuntaba a sus propios pulmones enfermos. Lo contó ayer un testigo: García de la Concha.

Marcelino Iglesias aludió antes de entrar en misa al dolor por "un maestro aragonés de todos aquellos que empleamos la palabra, los periodistas y los políticos".

Los magalloneros, cuando entran en la iglesia, pasan a la capilla del Santo Cristo y se santiguan con el cordón dorado de su cíngulo. Sonó el Adagio de Albinoni en el órgano y comenzó la misa. Carmelo Borobia, el obispo, se refirió al ilustre difunto como "verbi cultor, un cultivador de la palabra" y recordó que "la aprendió en la lengua materna, la de Magallón", corriendo por sus calles encosteradas" .