En la Exposición Universal de Londres de 1862 no faltaron los reconocimientos para los participantes aragoneses: Obtuvieron medallas J. Estepa, de Urrea de Jalón, por la calidad de su trigo; F. Montfort, de Torrente de Cinca y el conde de Sobradiel en ambos casos por su excelente aceite de oliva; los hermanos Guillén por su vino tinto y T. Fortún, fabricante de sombreros.

Seis años después, en lo que hoy es la plaza Aragón de Zaragoza, se desplegaba la Exposición Aragonesa de 1868, de la que no se conserva nada de lo edificado y en la que los productos agrarios se apoderaron del evento (y eso que no llegó a hacerse la exhibición de ganados) .

La Hispano-francesa de 1908 restituyó a Zaragoza su orgullo de ciudad capaz y dinámica. La tendencia agraria había cambiado y el concepto de progreso iba ligado al desarrollo industrial. No era ya una mera muestra de productos y aparatos, sino un gran centro de diversión y de entretenimiento.

Y en la Expo Sevilla-92 cambió completamente el antiguo concepto del vidrio y el acero como esqueleto de un contenedor diáfano de múltiples objetos y Aragón presenta el pabellón mismo como el gran objeto expositivo. Dentro, representaciones conceptuales, más que presencias físicas.

CUIDADO TRABAJO

Ante la expectativa de una nueva exposición (Z-H20 sobre el agua) en la Zaragoza del 2008, el libro Aragón y las Exposiciones incorpora un nuevo volumen (el número 22) a la Biblioteca Aragonesa de Cultura de la mano de cuatro doctores en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza: Francisco Javier Jiménez Zorzo, Ignacio Martínez Buenaga, José Antonio Martínez Prades y Jesús Martínez Verón. Integran el grupo CREHA (Colectivo para la Renovación de los Estudios de Historia del Arte) y, más allá del puro describir los eventos, como fotografías vivas de sucesivos lugares y tiempos, establecen relaciones en cortes diacrónicos y analizan sobre lo que queda tras ellos en las ciudades.

El ascensor y el hormigón armado se presentaban como meras curiosidades en la de París de 1867. De los 95 expositores aragoneses, 72 presentaban productos agrícolas. Hubo una medalla de plata para el aceite de Valfarta y siete medallas de bronce (para las harinas, las legumbres y el regaliz del Marqués de Ayerbe, entre otros). Joaquín Costa vivía entonces en Huesca trabajando de albañil, a la vez que estudiaba en el instituto. El 1 de marzo marchó a París y se puso a trabajar en la obra del pabellón español, en el que se empleó después como vigilante.

Costa estuvo atento, tomó notas de todo y trajo a Huesca la propuesta de viviendas baratas para los barrios obreros de Milhouse. Aquella exposición fue visitada por 16 millones de personas y el artista Francisco Pradilla ganó la medalla de honor por un cuadro llamado Juana La Loca .

Al cumplirse en 1889 el primer centenario de la Revolución Francesa, con la reticencia de las monarquías conservadoras europeas , señala el libro, París volvió a organizar la más importante exposición de todos los tiempos, la que le daría el título de Ciudad Luz, Aragón envió como observador al arquitecto Félix Navarro, quien, en crónicas diarias, escribió un canto al hierro, pero no quedó impresionado por la Torre Eiffel. Navarro firmaría en 1903 el Mercado Central de Zaragoza y en 1908 el pabellón de las Escuelas de Arte.

Los aragoneses que fueron a la Exposición de 1929 en Barcelona ya no eran condes ni marqueses: se llamaban Escoriaza, La Veneciana, Maquinista o Regino Borobio. Este creo un pabellón de la CHE de estilo racionalista que estaba muy cercano al de Mies van der Rohe. Los autores del libro dan cuenta de que en aquella ocasión se construyó la plaza de Cataluña y la primera línea de metro y Barcelona creció por Montjuic.

También creció el barrio de Santa Cruz en la Sevilla del 29, hasta entonces ensimismada y aislada, en

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