Antoine de Saint-Exupéry, es sabido, no fue solo el autor de El principito. Muchos años antes del encuentro entre el aviador caído en medio del desierto y el niño de rizos y capa que le pide el dibujo de un cordero, el inventor de esa historia fue un piloto aventurero que dejó constancia de sus peripecias en una serie de novelas memorialísticas que el tiempo ocultó bajo la fama de su novela infantil.

El zaragozano Antonio Iturbe ha rescatado la figura del autor francés en A cielo abierto, novela que le ha valido el premio Biblioteca Breve, gracias a un jurado de excepción que incluye a los escritores Fernando Aramburu, Pere Gimferrer y Manuel Longares, además de la librera Lola Larumbe y la editora Elena Ramírez, que coloca al periodista (y editor de la web Librújula) más cerca de ser considerado un escritor, en el que es por ahora el último de sus disfraces cual Mortadelo, su «personaje favorito».

«EL LECTOR QUEDA HECHIZADO» / Glosaron los jurados una novela en la que «lo histórico no ahoga lo novelesco» (Aramburu), un «libro encantador en el que el lector queda hechizado» (Longares), aunque el mayor mérito posiblemente estribe en haber conseguido conmover a Gimferrer al encontrarse con sus lecturas juveniles de Vuelo nocturno o Tierra de hombres.

Como en las viejas películas de Howard Hawks, la historia sigue a tres amigos, tres ases de la aviación. Junto a Saint-Exupéry, está Jean Mermoz, atractivo y arrollador, y Henri Guillaumet, el más centrado y cabal del terceto. Se conocieron en los 20 en Francia volando en inestables biplanos, siguieron sus aventuras en África y continuaron en aviones correo sobrevolando los Andes y superando trances inhumanos.

«Y allí en Sudamérica, sobre dos bidones de gasolina y un tablero, Saint-Exupéry empezó a escribir sus primeras historias», explica Iturbe, que se ha dejado impregnar por el romanticismo de un héroe marcado por un sentido moral de la existencia. «Pensé en ello el otro día cuando Meryl Streep rompió una lanza a favor de los débiles a los que se ha humillado, en una ceremonia, la de los Globos de Oro, en la que solo parecía importar el glamur. Saint-Exupéry solía decir que el silencio también mata», añade.

Asegura que en A cielo abierto no está la verdad notarial. De ahí que apueste por una de las teorías que circulan sobre la muerte del escritor, cuyo avión cayó en el mar al sur de Marsella durante la segunda guerra mundial cuando formaba parte de la unidad de reconocimiento aéreo, uno de los destinos más peligrosos, porque debía cruzar más allá de las líneas aéreas enemigas para reconocer los objetivos.

«Nadie sabe si tuvo una avería, si se suicidó dejándose ir al mar o si fue derribado. Yo tengo mi verdad pero hay que leer el libro para conocerla», explica. Se niega también a considerar a su héroe como a alguien dotado de todas las virtudes: «No, estaba lleno de agujeros, no era un santo. Derrochador, bebedor, infiel, un desastre en suma, pero luchaba por elevarse por encima de las imperfecciones».