«Hoy es un día trágico para Brasil, un día triste para todos los brasileños», dijo el presidente interino Michel Temer cuando las llamas del Museo Nacional todavía no se habían extinguido por completo en Río de Janeiro. Temer, poco afecto a la cultura -uno de los objetivos de sus recortes presupuestarios-, reconoció que las pérdidas provocadas por el incendio eran «incalculables». El Museo Nacional debía su prestigio en el mundo a un tesoro de proporciones gigantescas. Guardaba el esqueleto más antiguo del continente, el de una mujer que había muerto hace más de 12.000 años en la región que sería Minas Gerais. La encontraron en 1974.

A las seis de la mañana de ayer los bomberos pudieron controlar el fuego. Para entonces, el inventario era devastador. El único consuelo que encontraban las autoridades tenía que ver con la ausencia de víctimas y aquello que pudo salvarse de la devastación. Se le consideraba la institución científica y cultural más antigua del país. Su origen se remonta a tiempos coloniales. El rey portugués Juan VI impulsó su creación en 1818, y desde entonces guardaba 20 millones de piezas, entre momias egipcias, que llegaron al territorio imperial por la veleidad coleccionista del emperador Pedro I, hasta el principal acervo de las culturas originarias. Visitar el Museo Nacional era casi un imperativo de los turistas que llegan a esa «ciudad maravillosa» envuelta en cenizas en la noche del domingo.

Todo comenzó en la tarde del domingo, apenas se cerraron sus puertas. Las autoridades todavía no se ponían de acuerdo sobre el origen del fuego. Pero lo que salió a luz de inmediato eran los enormes problemas estructurales y financieros que rodeaban al Museo Nacional. Al punto de lo absurdo. El comandante del cuerpo de bomberos, Roberto Robadey Costa Junior, reconoció que cuando llegaron hasta el lugar que alguna vez albergó a la casa real portuguesa, no pudieron utilizar sus recursos hidrantes para apagar el fuego. «No funcionaban».

A 200 años de su creación, la mayor reserva antropológica de América Latina oscilaba, según Folha de Sâo Paulo, entre la «grandiosidad y la decadencia». Al museo le faltaba dinero y ni siquiera su bicentenario, conmemorado en junio pasado, logró atraerlo. No recibía las partidas necesarias para su funcionamiento integral (unos 100 millones de euros). El Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) había firmado un contrato de financiación para apoyar la restauración del edificio. Las partidas todavía no habían llegado.

Salas cerradas

Un tercio de sus espacios estaban cerrados en el marco de los festejos del bicentenario. Las colecciones no podían exhibirse. «La decadencia física era visible hasta para los visitantes», señaló Folha. La huelga que llevaron adelante este año durante 10 días los encargados de la limpieza debido a los atrasos en el pago de sus salarios había puesto en escena hasta qué punto llegaban los problemas de dinero. El museo quedó atrapado en las redes del ajuste. Adscripto a la órbita de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), padeció la misma poda económica que esa alta casas de estudios.

«Pierde Brasil y pierde el mundo», se lamentó la Fundación Roberto Marinho. Según el diario O Globo, con los primeros rayos de sol se pudo tener una dimensión más certera de la destrucción del museo. «Fue como una película de terror», dijo un testigo del comienzo de la catástrofe.