Desde que George Miller debutara con la mítica Mad Max: Salvajes de autopista (1979) se encargó de definir sus rasgos de estilo, tan frenético como crudo, a medio camino entre la ciencia ficción y el wéstern. Cada una de sus aproximaciones a ese universo de carreteras sin ley nos han hecho sentir sucios y pringosos. Siete meses de rodaje en el desierto de Namibia para plasmar esta apoteósica aventura post-apocalíptica, al estilo de una ópera rock en la que Charlize Theron se coronó como emperatriz del asfalto.