CLAROS DE BRUMA

José Verón Gormaz

PUZ

Adentrarse en Claros de bruma, el más reciente libro de poemas del bilbilitano José Verón Gormaz, es como hacerlo en uno de esos edificios neoclásicos delineados con mano segura con líneas rectas repletas de una serena elegancia; un edificio en el que el sonido de su tranquilidad no abruma, y en donde la sobriedad que decora las estancias fuera una imagen más de su propio afán de armonía y de equilibrio.

Al recorrer este poemario, editado con el cuidado habitual de la colección La Gruta de las Palabras de las Prensas de la Universidad de Zaragoza, resuenan los ecos de otros autores: María Zambrano, presente ya en el título; el Quevedo más reflexivo, a su vez puerta abierta a los clásicos latinos; Eliot y sus correlatos objetivos; o la visión humana y de lo humano de Antonio Machado.

Pero aunque puedan atisbarse esas y otras voces, es la propia de José Verón la que da su ser a estos versos, del mismo modo que son sus vivencias y observaciones las que están en el origen de los poemas, convirtiendo al poemario en un diario particular. En él, además, hay una abundante mención al mismo acto poético, ya sea a través de la invocación de la palabra o de la reivindicación del oficio de poeta: «No renuncies al verso / ni temas al silencio de los hombres. / El viento y la palabra te acompañan», concluye uno de los poemas.

El autor aragonés sabe andar muy bien entre los límites que ya anuncia el título del libro --los claros, la bruma--, y la fusión de contrarios es un característico rasgo que cruza las páginas, como fiel evidencia de ese proporcionado equilibrio. “En los campos desiertos y en las cercanas calles / hay paz y hay inquietud”, dice José Verón Gormaz en uno de los poemas; y estos dos versos podrían bien resumir lo que contiene Claros de bruma, contrarios que confluyen sin enfrentamiento merced a la naturaleza de la palabra poética.