La noocracia es un vocablo originado en las raíces griegas noos o "conocimiento" y cracia "gobierno". Una traducción literal sería "gobierno de los más sabios". Dicho así parecería algo muy apropiado y conveniente pero ni los mismos griegos que inventaron el palabro se lo creyeron porque condenaron a beber cicuta a Sócrates.

Desde entonces y más en nuestro tiempo se ha demostrado hasta la saciedad que los sabios en las funciones de gobierno son unos incordiantes y unos coñazos que no hacen más que joder el ejercicio del gobierno y han sido completamente eliminados del oficio de la política. La política es un arte menor que no precisa más que algunos conocimientos de sociología y economía. Ahora bien, todo artista lleva en sí algo de creador y por tanto pertenece al partido de Prometeo, primer antiprovidencialista y por tanto está en pecado. El político-artista-pecador debe de usar a su manera y sin ilusión providencial alguna sus escasos conocimientos, a la vez que encierra en sus despachos ministeriales a los técnicos puros sin pecado original de política para que trabajen a lomo caliente. Porque los técnicos puros son desgobernantes e ingobernables. Tan sólo los políticos son los que deben de dar la cara ante la opinión pública según unas sencillas reglas. Por ejemplo debe de simplificar hasta casi la idiocia dialéctica embadurnándola bien de retórica; su discurso debe de vertebrarse tan sólo en dos palabras: "estructura" a todo aquello que vaya bien y con lo que casi todos estén conformes, y llamar "coyuntura" a lo que vaya mal y sea más discutido. Sin perjuicio de que, según vayan las cosas más adelante, la estructura se convierta en coyuntura y viceversa. Eso sí, sin olvidarse de la benéfica intervención del gobernante en tal ejercicio de transformismo.

Todo dirigente que se equivoque tiene dos formas de salvar la cara: una asumiendo el error, pero a la vez sugiriendo que, si nada enseña más que los errores, él es el que más sabe en todo el país acerca de la metedura de pata y del modo de resolverlas. Otra, alegando que si las cosas han empezado a ir mal, siempre quedará el recurso de buscar un chivo expiatorio cuando vayan a peor. El chivo lo elegirá él mismo sin olvidarse de aplicar el principio de Peter: "Nadie fracasa del todo, siempre puede servir de mal ejemplo".

Pero esto tan sólo si queda algo de chivo para usarlo en otra ocasión, el secreto está en quedar siempre el dirigente para dessous de la melèe porque el buen pueblo, siempre afecto al mesianismo se desarbola si se queda sin mesías.

Ante la opinión pública el dirigente siempre hablará de "imperfección en toda obra humana" cuando pretenda su indulgencia porque la opinión pública compuesta de masas humanas se sentirá más cerca de él por haberse dignado parecerse a su propia humanidad. Pero, cuidado; si pretende ganarse la indulgencia de la oposición, o al menos concitarla hablará de "posibles coeficientes de perfectibilidad" con lo que queda salvada su cara sugiriendo la esperanza de que habrá alcanzar tales coeficientes. Naturalmente se le supone que tiene la suficiente magnitud de cara como para poder hablar así mediante una distribución adecuada por todo el rostro del sonrojo inevitable.

Desde que Felipe II renegó de la Providencia, echándole la culpa del desastre de la Armada Invencible a los elementos, las cosas les fueron de mal en peor. Hoy el dirigente político no habla de la Providencia, faltaría más. La ha sustituido por los "factores exteriores imprevisibles" imposibles de concitarlos a favor de cualquier plan o proyecto fallido. Otras denominaciones muy socorridas son la de llamar "utopía" a cualquier medida progresista para evitar sus riesgos yu "pragmatismo" a su sustitución. El pragmatismo es un cómodo sillón donde retreparse a verlas venir. La utopía se la exigirá la izquierda para no traicionar sus principios pero hoy es muy fácil desautorizar a la izquierda-izquierda porque la historia más reciente la ha desautorizado suficientemente. Otra cosa es cuando una medida progresista es propuesta por la derecha, sobre todo si es la derecha confesional. En tal caso no hay más que recordarle --mejor en una escena de sofá-- que las encíclicas papales están siempre a la izquierda pero como la jerarquía sigue siendo de derechas todo reformismo progresista no pasa de ser mera hipótesis de trabajo.

Esto es todo o casi todo lo que requiere el arte de gobernar. Un arte, como se ha dicho, menor, tan alejado de la noocracia o gobierno de los sabios, como de la tecnocracia tan peligrosa que puede hasta hacer tambalear al banco emisor. Y eso si que no: con las cosas de comer no se juega.

Este artículo fue publicado por Santiago Lorén en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, donde ejercía como columnista, el sábado, 28 de mayo de 1994. A lo largo del artículo, el escritor aragonés hace un análisis de la clase política, que, a pesar del paso de los años (hace ya más de 15 años de que fue escrito), sigue teniendo vigencia hoy en día.