Plaza de toros de la Misericordia, de Zaragoza. Toros de Zalduendo, Celestino Cuadri, Alcurrucén, Adolfo Martín, Fuente Ymbro y Alcurrucén (sustituto del devuelto de Ana Romero). Antonio Ferrera, ovación y silencio tras aviso; Javier Castaño, silencio y vuelta al ruedo tras aviso en ambos y Paulita, ovación en ambos. En torno a media plaza.

Artillero, de la ganadería de Celestino Cuadri, se llevó el premio al toro más bravo de la corrida concurso de ganaderías celebrada ayer en la plaza de toros de Zaragoza.

Su lidia correspondió a Javier Castaño sobrepasándolo en todo de principio a fin. Porque el toro tuvo una presencia imponente, desplazando sus 630 kilos con una agilidad casi atlética y un viaje repetidor, siempre hacia adelante con actitud atacante pero en noble. Un cinqueño hecho y derecho que fue cuatro veces al caballo (la última parado, no ya con la puya sino con el regatón). Pero Castaño estaba a otras. Quizá disfrutando desde tan privilegiada posición del numero de su cuadrilla en el tercio de banderillas. Ya tan artificial y tan visto. Mal negocio cuando la peña acaba hablando más de las patatas fritas que del chuletón, pero...

Cierto que David Adalid y Fernando Sánchez, a lo suyo por mandato de su patrono, se desmonteraron en el segundo y en el quinto. Aunque el par con más torería de la tarde llevara la firma de Fernando Téllez en el tercero.

Sí, el de Cuadri ganó la pelea a Castaño y el de Fuente Ymbro volvió a ponerlo en evidencia de nuevo. El toro de Ricardo Gallardo era un galán hondo, de cuello corto, también cinqueño y muy en puntas que acostrumbró a acudir a todo y con todo.

El salmantino no fue capaz de salir más allá de la raya de picar. Primer error. Luego se dejó enganchar la muleta una y otra vez abusando del toreo del revés: o sea, de abajo a arriba. Y el toro acabó aburriéndose tras ese si es no es, ese monumento a la indefinición en el que Javier Castaño quedó perfectamente retratado.

Antonio Ferrera tiró por lo emocional en el Zalduendo que abrió plaza. El tendido se puso en pie tras culminar el tercio de banderillas con un un par por los adentros --quizá inspirado en aquellos de Esplá-- pero ahora ya con su sello propio.

Con la muleta, tras un vibrante inicio, Ferrera espació las series administrando el poco caudal de entrega de un toro que terminó aplomándose.

LOS PAPELES

El de Adolfo Martín sin embargo salió pidiendo la documentación. Era otro abuelete cuajado que se quedaba una y otra vez a mitad de viaje, buscando cómo echarle mano.

Y Antonio Ferrera tiró de bragueta y acabó dando la cara, buscando su techo, a su modo, con o sin zapatillazo pero siempre en primera línea de combate. Luego se demoró con el pincho y la cosa enfrió un conjunto de relieve, no para trofeos pero sí culminado quizá con esa ovación de respeto que te pone en paz con el toreo.

Lo de Paulita por contra fue la historia de un desencanto nacido en la nula condición de un Alcurrucén al que tan apenas pudo hacer un quite por chicuelinas. El sexto de Ana Romero fue devuelto y el sustituto, también de Alcurrucén, con mucha guasa escondida tras su viaje por el pitón izquierdo se fue vulgarizando, vulgarizando, hasta alcanzar cotas inimaginables.

Fue el colofón a un festejo de larguísimo metraje planteado con gran acierto y verificado con tremenda dignidad. Y además hubo público en los tendidos. Es el momento de hacer marca.