Una mujer sexagenaria, en la tesitura de trasladar a su madre a una residencia de ancianos, descubre vaciando el apartamento un cuaderno que creía perdido, una libreta escrita 40 años atrás, un diario de juventud que ella misma llevó entre 1978 y 1979, durante su año de estreno en Nueva York, procedente de las vastas praderas del Medio Oeste, con el propósito de escribir su primera novela antes de cursar estudios en la Universidad de Columbia gracias a una beca.

Esa chica de 23 años se instala en un piso lúgubre de la Gran Manzana por el que corren cucarachas del tamaño de Gregor Samsa y cuyas finísimas paredes le permiten escuchar o espiar -el eavesdropping inglés que tanto fascina a un autor como Javier Marías- el drama que se desarrolla al otro lado; esto es, los monólogos desesperados y las conversaciones telefónicas de una mujer, Lucy Brite, ahogada en la tristeza tras la muerte de su hija. Hasta aquí, el pretexto narrativo de Recuerdos del futuro, séptima novela de Siri Hustvedt (Minnesota, 1955).

Recién galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, la escritora ha construido una obra compleja que es, a la vez, biografía novelada, un ejercicio brillante de autoficción, el retrato de la artista adolescente y, por encima de todo, un ensayo sobre la naturaleza del tiempo y la memoria, ese territorio neblinoso tan permeable a la imaginación y a la eterna conjetura: ¿fuimos realmente quienes creímos ser?, ¿sucedieron los hechos tal como los recordamos? Así, en sus páginas, se superponen diversas capas de ficción y realidad, tanto monta: fragmentos del diario que escribe la joven —los firma con las iniciales S.H. o con el apodo de Minnesota, que le ha puesto una amiga por sus orígenes rurales—, vivencias en la Nueva York vibrante previa al sida y la revolución conservadora de Ronald Reagan, así como extractos de esa primera novela, una historia de detectives, con fantasma incluido, bastante prescindible.

Pespuntean el intrincado tapiz las reflexiones de la mujer madura -«un pájaro viejo y sabio»- que disecciona a la aspirante a autora que un día fue: «Quería arder de inteligencia. Eso me da risa ahora. Los hombres pueden arder de inteligencia. A las mujeres no se les permiten esas sutilezas, pero yo era ingenua». De hecho, Recuerdos del futuro puede leerse también como la iniciación al feminismo de una mujer a quien su padre, médico de profesión, tras escucharla recitar en la infancia la lista de huesos del esqueleto humano, le dice con indulgencia: «Serás una buena enfermera».

La misma mujer que se identifica, años después, con la aristócrata Elsa von Freytag-Loringhoven, supuestamente el cerebro femenino detrás del célebre urinario de Duchamp. La aprobación de los hombres es un motivo recurrente.

La estructura deshilvanada lastra el artefacto novelesco, pero no cabe duda de que la mirada crítica de Hustvedt, los meandros que traza su mente en la búsqueda, satisfarán al lector inquieto. Es en la especulación sobre la memoria donde más brilla.