El 29 de abril se marchó para siempre otro pequeño fragmento de la historia artística de Zaragoza, alguien que, como dice su hijo, el pintor Pepe Cerdá, ha estado en las artes de forma tangencial toda su vida: Pepe Cerda Ubina, pintor, diseñador, publicista, falleció a los 96 años, y ni siquiera el coronavirus acabó con él. Se murió de achaques y de viejo, después de una vida muy bien vivida.

«Mi padre es un personaje muy injustamente tratado porque siempre ha ido a su aire y todo le ha importado muy poco, no ha guardado nada. Ha dedicado todos sus esfuerzos a vivir su vida». Cerdá Ubina nació en 1924, pasó la guerra civil en Barcelona y cuando su familia volvió a Zaragoza, le tocó hacer la mili en Pontoneros y lo destinaron a la imprenta.

«Y allí -cuenta Pepe, su hijo- encuentra algo insólito en tiempos de autarquía: papel y tinta para dibujar. Se saca el carné y, cuando acaba, se coloca de chófer de Ochoa, aunque luego empieza a rotular los camiones». Era el comienzo de su idilio con la publicidad. Cogió un taxi (le llamaban Pepito Taxi) de noche para poder pintar de día. Dibujaba un chiste cada día y lo colocaba en el escaparate de Paños Australia, en Don Jaime, 10. Y gracias a eso le contrataron en el diario Amanecer como humorista gráfico. Crea el personaje del tío Zambombo, un baturro gordo, trasunto del popular (y real) tío Rana. Pero ese no fue su primer personaje: antes había convertido en caricaturas a los Atlantes de la fachada de la Audiencia, y aún crearía otro personaje, el Tío Chanquete.

«También rotulaba camiones, pintaba cuadros y murales, incluso estands de feria. Hizo la publicidad de Toldos Llera, de Briceño, el logo del Parque de Atracciones de Zaragoza. Montó una empresa, un taller para hacer reformas en bares y restaurantes, y luego montó la primera serigrafía de Zaragoza. Llegó a tener 30 empleadas. Pero como consideraba una obligación vivir por encima de sus posibilidades, se arruinó varias veces», explica su hijo Pepe.

A comienzos de los 60 se marchó a la Costa del Sol, donde también hizo de las suyas. «Firmó un contrato para pintar 1.000 cuadros para una constructora. Era un tipo que si hablabas con él estabas perdido, convenció al constructor de que tenía que vender los apartamentos con los cuadros incluidos. Y luego pintaba los murales, que todavía existen muchos, por los locales de la Costa del Sol, y hacía cartulinas para que vendieran los hippies». Cuando su mujer, Adoración, y sus dos hijos, Mari Paz (hoy dermatóloga) y Pepe, llegaron a la Costa del Sol para vivir con él, se acabó la dolce vita para Cerdá Ubina. «Mi madre era una mujer de orden y se casó con el personaje equivocado, pero es lo que tienen los canallas, que son irresistibles», recuerda Cerdá.

La familia volvió a Zaragoza, y comenzó una segunda etapa para Cerdá Ubina como artista: además de sus encargos de publicidad, de su cartelería, comenzó a pintar atracciones. «Eso es porque Zaragoza era una pequeña potencia en estos aparatos. Por ejemplo, las pistas de autos de choque que se ven en Chernóbil se hicieron aquí. Se empezó a producir a nivel internacional. Ahora quedan dos industrias que yo sepa, Safeco e Industrias Royo. Pero antes había más. Y mi padre se dedicó a pintar las atracciones a mano. Scalextric, casas del terror, el tren de la bruja... Todo se hacía artesanal y llevaba mucho trabajo. Eso le empezó a absorber y ya solo hacíamos eso, porque yo trabajaba con él. Al final, me fui a Madrid con otros fabricantes porque nuestra fama era nacional».

En el año 85, Cerdá Ubina se jubiló con 60 años, siempre pegado a su puro. «Mi padre fumaba unos habanos de la mejor calidad. Decía que lo que mata es el tabaco malo, no fumar», recuerda su hijo. Pepe Cerdá Ubina pintó toda su vida, pero quedan muy pocos originales de su obra, no guardaba nada. Su hijo y su nuera, la diseñadora Ana Bendicho, han recopilado lo que han podido y guardan el material. Packagin, cartelería, algún cuadro… Es poco lo que sobrevive de quien fue uno de los pioneros de la publicidad en Zaragoza, uno de aquellos dibujantes de los 50 que eran capaces de pintar la publicidad de un tranvía, el cartel de la película de estreno o cualquier cosa que se pudiera reproducir. Nombres olvidados pero creadores al fin y al cabo, que con Cerdá Ubina pierden a uno de sus últimos representantes.

El Tragachicos

«En los años 60, los falleros valencianos iban a construir un tragachicos para Zaragoza, encargado por un concejal del ayuntamiento de la ciudad (probablemente Manuel Rodeles, impulsor de la Ofrenda del Pilar) y cuando mi padre se enteró de lo que iban a cobrar, dijo: «Para eso ya lo hago yo». Dicho y hecho: había nacido el Tío Zambombo, por su personaje de las viñetas del diario Amanecer.