Hace unos días, en un bar del centro de Zaragoza, tranquilo, limpio, de los que invitan a entrar.

--Dos copas de vino blanco, por favor.

--¿De Rueda o de la tierra?-- Empezamos bien, como si los de Rueda no procedieran de la tierra, y poniendo por delante lo que está de moda. Por cierto, aquí también se elaboran vinos con la variedad verdejo.

--De la tierra, de esta, un aragonés, por favor.

Y entonces llega el despitote. Los sirven en dos copas- ¡heladas! Si ya es malo servir la cerveza en copa helada, en el vino, en cualquier bebida en realidad, es un atentado. Se rompe la estructura del vino, su equilibrio, el trabajo conjunto de la vid y el hombre, etc.

Para colmo, tres euros por los dos vinos --lo que le ha costado la botella--, se supone que por el gasto energético de helar las copas. Tras pagar, elegantemente y con las copas intactas, la pregunta.

--¿Por qué copas heladas?

--A mí tampoco me gusta --responde el camarero--, pero a la gente, sí.

Tristemente ese es el panorama con el que se encuentran los aficionados al vino en demasiados establecimientos de la ciudad. Incluso admitiendo que el cliente siempre tiene razón --y la tiene, que cada cual haga con su cuerpo lo que quiera, sin imponerse al otro--, lo lógico sería servir el vino como es debido, fresco y en una copa digna; y si el cliente la quiere helada, que la pida, cosa dudosa.

El maltrato al vino, su carestía, la ignorancia de supuestos profesionales, se encuentra también detrás de las bajas cifras de consumo de vino en nuestro país, unos 16 litros por español y año. Una botella cada 15 días, de las más bajas de la UE.

Y como las bodegas no se pongan las pilas, las cifras irán a peor. Pues no se trata de vender mi vino en lugar del de la competencia. La situación es tan alarmante que ahora solo cabe trabajar para inducir al consumo, provocando incluso a los jovenetes, educando a los profesionales en un correcto servicio y, en la medida de lo posible, ajustando los precios. O el vino será historia.