Sin ser un ejemplo de filme posmoderno o referencial, el último de Gore Verbinski toma no pocos elementos del cine de terror gótico de Hammer Film, del Giallo de Dario Argento, la aniñada melodía satánica de La semilla del diablo e incluso, por los vericuetos mentales y la arquitectura del escenario donde acontece toda la acción, del Shutter Island de Martin Scorsese.

Tampoco es que sea un refrito de todo ello, ya que tiene cierta personalidad. Pero Verbinski es un cineasta del exceso, como ha demostrado en sus entregas de Piratas del Caribe o en The ring (La señal). Y el exceso para él comporta un metraje desmedido (156 minutos para contar una historia de terror psicológico que podría haberse quedado perfectamente en 90 ya que hay mucho relleno) y unas cuantas secuencias fuera de tono cuando, al principio, el filme parecía ser un horror-thriller de atmósfera más que de permanente golpe de efecto.

La trama de La cura del bienestar es al mismo tiempo enrevesada y todo se aclara, más o menos, con una explicación poco fluida en relación a lo visto durante esas dos horas y media. Quedan, eso sí, imágenes acuíferas de innegable magnetismo, tubos y baños de vapor misteriosos, un mad doctor como los de siempre y la arquitectura entre gótica y demente de ese balneario para la cura pero no para el bienestar.

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La cura del bienestar

Gore Verbinski