De Aurelio Grasa (Zaragoza, 1893-1972) recordaba su amigo Luis Gómez Laguna el gozo de oírle en la tertulia del Casino, o en las largas horas del Canfranero, contar sus tiempos de ciclista, de motorista, del primer coche que tuvo, de sus viajes por Europa... en fin, «en la pequeña, pequeñísima Zaragoza de aquellos años, todas estas cosas nos parecían consejas de las Mil y Una». Teresa Grasa y Carlos Barboza, responsables del Archivo Grasa, activaron la memoria de los amigos de don Aurelio: en 1976 editaron el primer catálogo, referente de su trayectoria vital; y en 1979 se celebró la primera exposición en la galería Costa/3 que dirigían, ubicada en la clínica del doctor Grasa. Resultó que las «Mil y Una», bien lo sabía Gómez Laguna, no eran cosa de la invención de Aurelio Grasa: todo los relatos que contaba los había vivido.

Tras finalizar la Primaria se le premió con una bicicleta y una cámara fotográfica; con su hermano José, dueño de un gabinete fotográfico, se introdujo en la técnica que fue perfeccionando en el laboratorio instalado en la bodega del bazar de sus padres La Bola Dorada. Con 14 años publicó su primera fotografía firmada en el diario ABC, el 13 de julio de 1907. Al año siguiente realizó un reportaje de la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza. En 1909 figura como socio fundador de la agrupación ciclista El pedal aragonés. En 1910 la empresa Prensa Española le nombró corresponsal fotógrafo en la provincia de Zaragoza; comenzó entonces su etapa de reportero gráfico en Aragón para diferentes medios locales y nacionales. Aquel año empezó estudios de Medicina que terminaría en 1917, momento en que se inicia una nueva etapa en la fotografía de Grasa, que abandonó las colaboraciones en prensa para centrarse en su carrera profesional; tras especializarse en Madrid y París, regresó a Zaragoza y en 1921 instaló su primera clínica como médico dermatólogo y radiólogo.

PIONERO DEL REPORTERISMO

El 21 de octubre de 1923 Grasa acudió al almuerzo que celebró la presentación oficial de la Sociedad Fotográfica de Zaragoza, y en octubre de 1925 asistió a la inauguración del I Salón Internacional de Fotografía de Zaragoza; la fotografía que Mora hizo del banquete y la que se publicó del Salón en la revista Aragón así lo avalan y el Archivo Barboza-Grasa lo certifica. Y aunque lo imaginamos atento a todo lo relacionado con la SFZ, no fue hasta el VIII Salón de 1932 cuando Grasa se incorporó como vocal al comité de selección y presentó cuatro bromuros: Candanchú, Sol y huellas, Tempestad en la nieve y Aspe. Repitió de vocal en los salones de 1933, 1934 y 1935, y sus fotografías ocuparon lugar principal a partir de entonces en los Salones de la SFZ, y también en los más destacados certámenes internacionales que se celebraron en España, Europa y Estados Unidos, donde fue galardonado con premios y medallas.

Aurelio Grasa nunca dejó de fotografiar; cambiaron, eso sí, sus intereses: el impulso de captar todo lo que ocurría a su alrededor con una mirada tan atenta como eficaz e intuitiva, que le convirtió en pionero destacado del reporterismo en la prensa española durante los años 1909 y 1917, cedió ante su fascinación por la belleza del paisaje de alta montaña, tema central de sus fotografías. Grasa, apasionado por todo lo nuevo, se contagió de inmediato del entusiasmo que Lorenzo Almarza, destinado en Jaca en 1928, mostró por el Pirineo y se integró en Montañeros de Aragón (1929) cuyo lema era «conocer, para poder enseñar, lo más hermoso de Aragón: sus montañas». La revista Aragón publicó en abril de 1930 las primeras fotografías que hizo Grasa en la montaña con motivo del I Campeonato Internacional de Esquiadores en Candanchú. Fueron años de estudio y experimentación cuyos resultados presentó en los salones internaciones de 1932, cuando supo que todo era correcto. Gómez Laguna -que con Marraco y Almarza eran los únicos a quienes permitía entrar en el laboratorio fotográfico que había instalado en su clínica de la calle Costa, a la que se trasladó en 1927-, recordaba que Grasa le confesó que iba detrás de la fotografía Huellas desde hacía tres años.

En 1933 la presentó al IX Salón de Zaragoza, junto con Bosque de hayas, Puerto viejo, Mont-Blanc, Mar de nubes y Agujas (Chamonix). El descubrimiento del Pirineo le animó a viajar en su coche Studebaker a Francia, Italia, Austria y Suiza para realizar sesiones fotográficas. En 1933 fotografió desde una avioneta la ascensión de Manuel Marraco y Luis Gómez Laguna al Mont Blanc; tenía experiencia: de 1912 es su primera fotografía aérea. Al X Salón de 1934 envió Ladera, Nieve, Arco Iris, El cura de Lizarza y Santa Engracia. Y al del año siguiente: Rex, Tirol, Cumbres, Boira, Marea baja y la célebre Hispano-Suiza, tan moderna. Un conjunto espléndido que no pasó inadvertido en el comentario de Jalón Ángel al Salón: «El doctor Grasa Sancho, quizá nuestro mejor representante, con sus seis trabajos meritísimos, de corte, tamaño, calidad y asunto, constituían un acierto Hispano-Suiza, obra en la que quedó sellado todo el prestigio de la materia, y Cumbres, realización del ambiente sereno de alta montaña». Se despedía con un «Viva al Salón de 1936», pero todo cambió, a pesar del empeño de Grasa en la continuidad de los Salones.

FOTOGRAFIAR LA MODERNIDAD

Las «Mil y Una» de Aurelio Grasa se explican por su pasión hacia todo lo nuevo. Grasa fue un hombre de su tiempo dispuesto a participar activamente en el incipiente proceso de modernización de un país atrapado en el pesimismo de la generación anterior. Por este motivo fue un pionero y sus extraordinarias fotografías dan testimonio temprano de la profunda transformación que estaba produciéndose. Más allá del enorme interés de sus reportajes para conocer hechos concretos de la historia de Aragón entre 1910 y 1917, las fotografías muestran los cambios que afectaron a todo un país como la desaparición progresiva de los mítines en los cosos taurinos, que serían administrados por empresas, y los cambios en la normativa taurina, como la incorporación de petos protectores para los caballos en 1927. O la progresiva popularización del automóvil, la atención a la red de carreteras y el material ferroviario, el nacimiento de la aviación comercial, la popularización del deporte o el nacimiento del turismo. El hecho de nacer en el seno de una familia propietaria de un bazar donde podían encontrarse todas las novedades llegadas del extranjero, educó a Grasa desde su infancia en los nuevos hábitos de consumo que, en su caso, derivaron en la optimista exaltación de lo nuevo y la fotografía se convirtió en el instrumento perfecto para ver y dar a ver la modernidad.