Aurelio, hondureño y garífuna (pueblo nacido del encuentro entre indígenas caribeños y africanos transportados como esclavos al nuevo mundo, un colectivo de poco más de medio millón de personas, disperso por honduras, Guatemala, Nicaragua, Belice y Estados Unidos), no es la voz que clama en el desierto; es la voz que acalla el silencio, como bien dice en su canción Lumalali lumaniga, donde recoge el grito sordo de los niños, de los ancianos, de los enfermos… de quienes sufren mientras sus dirigentes se llenan los bolsillos. La de Aurelio es también la voz que acalla el silencio de sus orígenes, de los conflictos y de la vida cotidiana de su gente; de los artistas ya desaparecidos que esparcieron su arte en la comunidad a la que pertenece, y, en definitiva, es la voz y la música de un pueblo que no entiende de fronteras pero que se resiste a que su identidad se diluya en una globalización mal entendida.

De todo eso habla, en lengua garífuna, en vigorosas canciones como Yange, Dondo, Lándini, Dugu, Naguya Nei, Sañaranu, Nari Golu, Yalifu, la mencionada Lumalali Lumaniga, Laru Beya, Sielpa, Mayahuaba, África… Piezas incluidas, prácticamente todas ellas, en Darandi (Real World), el disco que acaba de publicar con el que festeja 30 años de carrera reformulando lo más florido de su repertorio. Con esas canciones se presentó Aurelio (cantante espléndido y guitarrista notable) el viernes en Huesca, en el segundo de los tres conciertos que ha dado en España (el último lo dio anoche en Zaragoza, dentro del ciclo De la raíz), acompañado por un cuarteto mágico: el singular guitarrista Eduardo Guayo Cedeño, el percusionista Onán Castillo, el bajista Junior Guerrero y el batería Ángel Suazo.

Aurelio y sus compinches ofrecieron un hermoso y estimulante espectáculo musical, mostrando todos los colores de la música moderna garífuna: esa que tiene timbre propio pero no puede ni quiere ocultar sus fuentes. Las principales nacen en el Caribe y en África, pero en ocasiones exceden esa geografía sonora y se expanden por el resto de Latinoamérica e incluso por Estados Unidos. Normal: es la música viva de un pueblo sin ataduras que nació escapando del yugo de los colonizadores. Por eso las canciones de Aurelio, aún comprometidas con su entorno y con su tiempo, respiran el gozo de la libertad.