Gran experta en el Siglo de Oro, Aurora Egido ha realizado hoy, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, "una peregrinación" por la obra de Baltasar Gracián para analizar en ella la búsqueda de la inmortalidad, un deseo que no solo atañe a los escritores sino a cualquier ser humano.

"Esa lucha contra el olvido está en realidad en la raíz del hecho literario, pero también en la ambición de toda persona. Nadie desaparece del todo mientras haya alguien que lo recuerde", afirmó Aurora Egido en una entrevista con Efe, en la que facilitó las claves de su discurso.

Egido (Molina de Aragón, Guadalajara, 1946) está considerada una autoridad mundial en Gracián, y hoy demostró en su intervención hasta qué punto conoce a fondo la obra del jesuita aragonés. Tuvo que leer una versión abreviada dado que el libro que permanecerá en la Academia para recordar su ingreso oficial es un ensayo de 350 páginas, sin duda de los más extensos que se recuerdan.

Lleva años dedicada al estudio del autor de "El Criticón" y de otros muchos, porque considera "perniciosa la especialización absoluta que hay ahora". Pero no puede ocultar su pasión por Gracián.

"Leerlo es una aventura y un desafío porque su propio texto es laberíntico. Y es interesante ver cómo el laberinto del estilo, del lenguaje y el conceptual refleja también el laberinto del mundo y de la sociedad", dijo esta catedrática de Literatura española de la Universidad de Zaragoza, que ha impartido clases, además, en universidades de Estados Unidos y Reino Unido.

Pero antes de centrarse en la obra de Gracián, Egido recordó la figura del cineasta José Luis Borau, su antecesor en el sillón B de la Academia y al que conoció "gracias a una amiga común, Carmen Martín Gaite".

"Ella me hablaba de su generosidad y buen humor, de su aversión por los 'contentitos' de vida redonda, y lo describía como 'un solitario absoluto y feliz'", señaló la nueva académica que, "sin pretenderlo", ha ido tras las huellas del director de "Furtivos".

Egido vivió durante ocho años en la misma calle donde Borau residió con sus padres y cuando ella fue a Los Ángeles de profesora visitante, el cineasta acababa de dejar la ciudad después de haber pasado allí diez años para rodar la película "Río abajo".

Experta también en autores como Cervantes, Calderón y Lope de Vega, Egido evocó la trayectoria cinematográfica y literaria de Borau, que fue guionista, actor, productor, director, editor, profesor y crítico de cine. Un hombre "inasequible al desaliento", como dijo Mario Vargas Llosa en su contestación al discurso de ingreso en la RAE de Borau, titulado "El cine en nuestro lenguaje".

Acompañada por sus hijos y sus nietos y por numerosos amigos, venidos algunos de ellos desde Estados Unidos, Aurora Egido fue viendo cómo desde su primer libro, "El héroe", Gracián (1601-1658) "estaba obsesionado por dos búsquedas, la de la felicidad y la de la inmortalidad".

En "El Criticón", esa primera búsqueda se transforma en la de la inmortalidad, que ya "para los clásicos era muy importante porque indica que la persona no desaparece en la cueva de la Nada sino que se perpetúa en la memoria ajena a través de sus obras", señaló Egido, que en 2001 fue comisaria del IV Centenario del Nacimiento de Gracián.

Esa doble intención de "eternizar sus propias obras y a la vez otorgar gloria a los héroes y autores destacados en ellas por su probada excelencia", la tuvo Gracián "en un doble plano, ético y estético, pues, para él, ser persona era también un estilo", afirmó la nueva académica.

Gracián, cuyo pensamiento "se adelantó a su tiempo", particularmente con el "Oráculo", ofreció en esa obra y en "El Criticón" "sutiles e ingeniosos hilos de oro para encontrar salidas en el laberinto del mundo".

"El difícil e incierto camino de la inmortalidad, lleno de escollos, y que a veces sólo conduce a la cueva de la Nada, muestra no solo la necesidad de los hombres de permanecer en la memoria ajena, sino la lucha permanente de la literatura contra el olvido", indicó Egido.

La nueva académica analizó también el reflejo de la obra de Gracián en la literatura posterior, considerándola como "uno de los mayores esfuerzos de universalidad, comparable al de Miguel de Cervantes en 'El Persiles', aunque Gracián dejara abierto el desenlace en manos de los lectores".

Egido estudió además la imagen del laberinto en Gracián, mostrando ese laberinto "en todos los niveles: político, el de la Corte, el amoroso e incluso el laberinto interior por el que la persona se pierde".

El laberinto de la Corte estaba, según Gracián, "lleno de ambiciones, lleno de gente sin mérito que alcanza los puestos más altos, mientras que los sabios, según el escritor, 'viven en casas bajas' frente a los grandes palacios de los poderosos".