EL PEQUEÑO TAMBOR DE ZARAGOZA

AUTOR Alphonse Crozière

TRADUCTORA Aloma Rodríguez

Abuelo, cuéntanos otra vez la historia de la batalla. Tres niños rodean alrededor de una hoguera a Joseph Trinquet, un anciano comandante francés que, en el ocaso de su vida, no se atreve a contar la historia de su vivencia en Los Sitios de Zaragoza por su extremada crueldad (me atormentaría trastornar vuestros sueños). Pero los nietos insisten y Trinquet acaba por desatar la llave de la memoria... En diciembre de 1808, el francés tenía quince años y como tambor del 44 Regimiento de Infantería participó en el segundo Sitio de Zaragoza.

Ahí parte la historia de El pequeño tambor de Zaragoza, un libro infantil (aunque hablar de este género a veces resulta ofensivo porque abarca mucho más que lo que se pretende reflejar con el mismo), de Alphonse Crozière que vio la luz en 1928 en francés y que, ahora, casi un siglo después, la editorial Comuniter ha rescatado en castellano. Lo ha hecho en una acertada edición traducida por Aloma Rodríguez, ilustrada por Olga Ruiz Monterde y prologada por Fernando Sanmartín. El libro se presentó ayer en el Teatro Principal en un acto en el que participó el pintor Pepe Cerdá.

Los acontecimientos de la Historia (con mayúscula) tienen el suficiente atractivo, y más si se viaja hasta Los Sitios, como para no necesitar ser edulcorados pero lo cierto es que El tambor de Zaragoza goza de una sencillez de narrativa que hace crecer el relato (de apenas 66 páginas) que ya es, de por sí, poderoso. Tanto como curioso es ir comprobando que el relato, no hay que olvidar que fue publicado originalmente en francés, habla, en su versión original, tal y como explica Fernando Sanmartín en el prólogo, de Notre Dame del Pilar, le Pont de la Huerba, Monte-Torrero o el Cosso. Es, por tanto, un fiel y certero reflejo de las aventuras de un quinceañero que creía estar cambiando el mundo ayudando al ejército francés y que, circunstancias de sus aventuras, acaba preso de las tropas del general Palafox.

BATALLA Y CARÁCTER

A partir de ahí, el relato llega a ser estremecedor por momentos ya que no deja de lado el ruido de la batalla y el sufrimientos de los habitantes de la Zaragoza de hace dos siglos... pero también hay un resquicio para hablar del carácter de los aragoneses, de la nobleza, la hospitalidad y la cabezonería (cada vez que nace un aragonés, la madre coge un plato y le da con él en la cabeza. Si el plato se rompe, demuestra que tiene la cabeza dura: el niño es un buen aragonés), entre otras muchas muestras de lealtad y heroicidad.

Habla Fernando Sanmartín en el prólogo de que la casualidad le llevó en París hasta un ejemplar del libro (Le petit tambour de Saragosse) que no dudó en comprar. Ese encuentro fortuito ha permitido que el libro llegue ahora, traducido, a los zaragozanos que se encuentran ante una nueva oportunidad de conocer quiénes son y saber un poco más de qué sucedido en su ciudad hace dos siglos. Desde entonces, Zaragoza luce en su escudo los títulos de muy noble, muy leal, muy heroica e inmortal.