No estaba demasiado satisfecho Charles Aznavour de su carrera como actor, pero no tenía motivo. Como muchos otros grandes cantantes franceses, Jacques Brel, George Brassens o Serge Reggiani, Aznavour hizo algo más que apariciones más o menos dignas en la gran pantalla. Su físico un tanto escuálido que irradiaba fragilidad y su talento en los escenarios le ayudaron a labrar una sólida trayectoria, que él no acabó de tomarse del todo en serio. De haber trabajado en los Estados Unidos hubiera sido tan solo un actor secundario, porque aspecto de galán no tenía, pero el cine francés supo sacarle partido. No fue en absoluto el cantante al que se le construyera una película para su lucimiento , fue un actor y punto.

Uno de sus primeros papeles fue 'La cabeza contra la pared' (1959) de Georges Franju, el recordado autor de 'Los ojos sin rostro'. Pero habría que esperar hasta un año después, ya como protagonista absoluto, para verle protagonizar Disparen contra el pianista a las órdenes de François Truffaut a partir de la novela negra de David Goodis. Esa fue la película que lo consagró como intérprete.

Apareció más tarde en cintas bélicas como Un taxi para Tobruck (1961) o Las alimañas (1965), ambas con el duro del momento Lino Ventura. En los 70 y con la moda de los repartos que reunían los rostros de moda para lucimiento de las intrigas de Agatha Christie apareció en 'Diez negritos', rodada en España, y a finales de la década encarnó al boticario de 'El tambor de hojalata' de Volker Schlöndorff que adaptaba la novela de Günter Grass. En una de sus últimas apariciones, 'Ararat' se puso a las órdenes de cineasta canadiense de origen armenio Atom Egoyan. La película denunciaba el silencio sobre el genocidio de sus ancestros, ya que sus padres tuvieron que huir de él para instalarse en Francia.