Aunque poco conocido en Occidente, el kurdo Bahman Ghobadi es uno de los grandes autores del cine actual. Sorteando las dificultades artísticas de su país, Irán, Ghobadi es el responsable de títulos como El tiempo de los caballos borrachos, Las tortugas también vuelan y, ahora, Media Luna --estas dos últimas, ganadoras de la Concha de Oro en San Sebastián--, en las que nos enfrenta a la tragedia de la vida de su pueblo, protegiéndonos, eso sí, con un manto de belleza y poesía.

--En su nueva película, la muerte es una presencia constante.

--Es que soy una persona tremendamente temerosa de la muerte. El miedo está presente en mi vida diaria, cuando camino, o estoy trabajando, o me voy a dormir y pienso en lo que voy a hacer el día siguiente, porque quizá será el último de mi vida. Cada vez que vuelvo a mi casa de Teherán tengo el presentimiento de que algo malo va a suceder, un terremoto o un ataque americano o una bomba.

--En la película, la muerte está asociada a otro concepto, la frontera, habitual en toda su obra. ¿Es porque usted es kurdo?

--La idea de la frontera es algo que siempre me ha obsesionado, porque creo que las fronteras son algo ridículo y profundamente cuestionable. No hablo solo de fronteras físicas. Mis personajes sufren, sobre todo, a causa de fronteras mentales y emocionales. Sí, supongo que es porque soy kurdo.

--Debe de ser frustrante que el mundo lo considere un cineasta iraní y no kurdo.

--Para mí no hay diferencia, soy un kurdo iraní. Los kurdos estamos proscritos, pero, en mi cabeza, existe un país para nosotros. Un país virtual, mental, no físico. Por un lado, en Irán hay muchos cineastas de primer orden y yo no quiero escindirme deliberadamente de esa convención llamada cine iraní, pero soy un cineasta kurdo que hace películas para los kurdos. ¿Cuál es la ironía? Que mi pueblo no va al cine.

--¿Eso le hace replantearse el seguir haciendo películas?

--No. Me da igual. Debo hacer mis películas de acuerdo a como el pueblo kurdo vive, afrontar sus mismos problemas y temores.

--Parte de su método parece ser la búsqueda la belleza que se oculta hasta en las circunstancias más trágicas. ¿No es así?

--Mi hermana era poetisa, y sus versos siempre me han afectado, especialmente cuando era joven. Es algo cultural: si tú vas al Kurdistán, notarás que la poesía está presente en la vida diaria de la gente. Siempre sonríen a pesar de lo dura que es su vida, siempre buscan el lado bello de las cosas. Retratar de forma bella una realidad tan terrible es una buena manera de rendirles tributo.

--Igual que para otros cineastas iranís como Abbas Kiarostami y Jafar Panahi, para usted parte de esa realidad está relacionada con la situación de las mujeres en su país.

--Mira, el arte y la música están muy presentes en la sociedad iraní, y hay muchas mujeres artistas para quienes el canto es parte de su expresividad creativa y algo que da significado a sus vidas, pero les está prohibido cantar en público, que los hombres las oigan cantar. Eso es lo que trato de denunciar con la película.

--Hacer cine de denuncia en su país no debe de ser fácil.

--Rodé una secuencia hermosísima en la que un grupo de mujeres cantaba, pero al final me autocensuré porque di por hecho que mi gobierno no iba a aceptarla. Tiene gracia que, después de todo, la película haya sido prohibida en mi país igualmente. Me acusan de promover el separatismo kurdo, es algo absurdo.

--¿Se arrepiente de haber tomado esas precauciones?

--Me arrepiento de haber sido tan cauto. Pero ahora sé que no debo detenerme. Pienso rodar mi próximo filme en Teherán, aun de forma clandestina. Tengo seis proyectos, y quiero hacerlos todos antes de mi muerte. Cuando ese día llegue, quiero haber hecho al menos 20 películas. A los 17 años, yo ya había vivido dos guerras, una revolución y la muerte de varios amigos y parientes. Quiero hablar de eso.