Ha pasado buena parte de su vida adulta frente a la cámara -debutó a los 17 años con Más pena que gloria (2001)-, confirmándose película a película como el tipo de actriz que haga lo que haga nunca falla. Ahora ha puesto ese talento incontestable al servicio del director Ramón Salazar en La enfermedad del domingo, en la piel de una mujer que un día visita inesperadamente a la madre que la abandonó 35 años atrás con una misteriosa petición: que pase diez días a solas con ella. El filme, estrenado esta semana en la Berlinale, ha llegado este viernes a nuestra cartelera.

Ramón Salazar la ha definido como un torbellino. ¿Se siente reconocida?

Creo que sí, en general. No es la primera vez que me dicen algo así. Pascal Rambert, el director francés con el que trabajé en la obra teatral La clausura del amor, me describió como un perro que está permanentemente olisqueando, y a decir verdad me reconozco bastante en la comparación. Es cierto que intento hacer un trabajo inicial de análisis, pero luego me dejo llevar por donde intuyo que va lo que el director espera de mí.

Su personaje en La enfermedad del domingo transmite un gran dolor. ¿Fue doloroso interpretarlo?

Hay personajes que te hacen darte de bruces con emociones y procesos de búsqueda a los que los seres humanos solemos dar la espalda, y Chiara es uno de ellos. Durante el rodaje no me di cuenta, pero al terminar comprendí que La enfermedad del domingo me había ayudado a reflexionar sobre un montón de cosas que venían pasando hace tiempo, a mí y a gente a mi alrededor. A veces las películas te llegan en momentos en los que estás especialmente dispuesta a afrontarlas, es como si te eligieran.

La película retrata a una mala madre, que es una de las cosas más inaceptables en las sociedades occidentales. ¿Por qué es así?

¿Qué es una buena madre? Es un debate interesante. Nuestra sociedad da por hecho que no hay nada peor que una madre que abandona a su hijo o hija pero, ¿es peor el abandono que la sobreprotección? Hay madres que creen estar dando muchísimo amor a sus hijos y los arruinan para siempre, porque los dejan desprovistos de las herramientas necesarias para enfrentarse al mundo. Por lo menos el abandonado sí tiene esas armas, porque se ve obligado a salir adelante. No sé. Estamos acostumbrados a la figura del padre ausente, está más asumida; pero la madre es otra cosa. Con ella hay un vínculo muy especial, porque literalmente sales de ella, y que ella corte ese vínculo es un acto de violencia muy brutal.

La película, asimismo, incide en el peso del pasado ejerce sobre nuestras vidas. ¿Diría que somos sus esclavos?

Bueno, hay teorías que van más allá y hablan de que somos producto de nuestras vidas pasadas, No es fortuito que todo el psicoanálisis tenga que ver con quién eres tú y quién es tu padre y quién tu madre, y que toda la historia de la literatura, y del teatro, y las tragedias, también verse sobre esa idea. Creo que sí, somos bastante presos del pasado, y que hay que hacer un trabajo intenso para gestionarlo.

Defina a Ramón Salazar como director.

Ramón comprende el trabajo de un actor, y eso no es muy frecuente. La mayoría de directores no entienden cómo trabajamos, ni saben cómo pedirte las cosas. Cada vez más, es cierto, parece que los directores se dan más cuenta de que no somos solo un instrumento sino que también podemos ser un aliado. Ramón, además, es un hombre muy sensible y muy perceptivo; y creo que le he pillado en un momento creativo muy bonito. Está alcanzando su madurez, y formar parte de ese proceso para mí es un privilegio.

Dice Salazar que, en su caso, La enfermedad del domingo es producto de una crisis de identidad creativa. ¿Ha sufrido usted alguna a lo largo de su carrera?

Sin duda, de hecho actualmente me encuentro en un momento en el que siento que necesito cambiar como actriz, pero porque mis prioridades están cambiando. Últimamente he trabajado demasiado, y quizá necesite darles más tiempo a mis personajes para poder pensarlos y afrontarlos desde otro lugar, para no contentarme con los resultados que soy capaz de obtener rápidamente. En ocasiones siento que me conformo con ser efectiva y con solventar los papeles de un modo que sé que va a funcionar. Tengo ganas de explorar más a fondo. Y para eso necesito tiempo.

La industria del cine se encuentra inmersa en un debate sobre la necesidad de replantear el papel que otorga a las mujeres, y en ese sentido una historia eminentemente femenina como La enfermedad del domingo resulta del todo pertinente. ¿Cuál es su visión sobre lo que está pasando?

Tengo que confesar que estoy fascinada y muy contenta; sentir que las mujeres estamos recuperando algo que durante tanto tiempo se nos ha negado resulta muy liberador. Ahora hay que averiguar cuál es la manera de hacer las cosas bien. Y no será fácil porque hay muchas cosas que cambiar y mucha simbología que reconfigurar, y no podemos hacer oídos sordos a las críticas o las voces disidentes; hay que escucharlas todas. Pero en todo caso de aquí, pase lo que pase, saldrá algo bueno. Algo mejor que, espero, será irreversible.